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Por entre la división se nos cuela la tragedia

La dispersión de las candidaturas de vocación democrática podría permitir
la llegada a Colombia de un proyecto antidemocrático.

26 de noviembre de 2021
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Infográfico
Por entre la división se nos cuela la tragedia

Hay una frase muy conocida, a veces atribuida al político y pensador Edmund Burke, según la cual lo único que se necesita para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada. Esa idea, llevada al contexto colombiano actual, podría reformularse así: lo único que se necesita para que el mal triunfe es que la gente buena se divida.

Por esa razón es de celebrar que el país esté en modo coaliciones y que los líderes políticos de carácter democrático estén buscando unir sus fuerzas alrededor de quienes les son afines. Hace poco, un grupo que incluye a exalcaldes, exgobernadores y un parlamentario anunció unirse en una “coalición de la experiencia”, a la que también han llamado “equipo por Colombia”. Además, los candidatos del amplio sector de centro han anunciado su intención de celebrar un “cónclave” en los próximos días para buscar mecanismos y reglas de unidad. Todo eso está muy bien: todas las fuerzas que tengan como valor fundamental la democracia y la libertad deben unirse y conformar sus bloques, no sea que en medio de la dispersión se nos cuele un proyecto antidemocrático, y crucemos una puerta de la que luego no sea posible devolverse.

Es interesante ver cómo están conformándose cuatro tendencias muy definidas: si los mencionamos de izquierda a derecha, el Pacto Histórico de Gustavo Petro; la Coalición de la Esperanza de Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria y Jorge Robledo; la Coalición de la Experiencia o Equipo Colombia de Federico Gutiérrez, Álex Char, Enrique Peñalosa y Dilian Francisca Toro; y en una posición de llanero solitario, Rodolfo Hernández.

Colombia va a tener una prueba de fuego en las próximas elecciones. En política es apenas natural que haya algo de personalismo: en Colombia, por ejemplo, hay personas muy preparadas, inteligentes y con experiencia que quieren llegar al más alto nivel del servicio público. Es apenas natural que esas personas se valoren mucho a sí mismas y se consideren la mejor opción. La clave está en reconocer que, llegado un momento, hay que dar un paso más allá y entender que la unión es indispensable. Estas primeras coaliciones de centro izquierda y centro derecha muestran generosidad y un primer desprendimiento.

¿Indispensable por qué? Porque si el personalismo persiste hasta el día de las elecciones, esa dispersión solo va a servirles a quienes tienen proyectos autoritarios y antidemocráticos. O, tal vez, peor aún: incapaces de gobernar y de administrar un país.

Para un ejemplo, lo que está pasando en Perú, que prácticamente se quedaron sin opciones de centro y terminaron eligiendo a Pedro Castillo, que con menos de cuatro meses en la presidencia ya ha cambiado diez ministros. Los populistas tienden a maltratar el Estado a costa de las instituciones construidas por muchos años.

Por no hablar de Venezuela, donde la oposición tiene líderes valiosos, pero que viven enfrentados entre sí mismos todo el tiempo: eso, tal vez más que ningún otro factor, ha permitido la perpetuación de la dictadura chavista y madurista.

El temor, que no es infundado, sino que surge de experiencias concretas, es que la dispersión de los líderes democráticos permita la llegada al poder de un proyecto cuya vocación no es democrática, ni de respeto por la gente, por la libertad o por las instituciones. Que la dispersión permita la llegada de un proyecto cuya intención no es gobernar cuatro años y entregar luego el poder, sino perpetuarse bajo el mito de que sus transformaciones son tan necesarias y profundas que no les basta un periodo presidencial, ni siquiera dos ni tres.

Nada de esto quiere decir que los candidatos deban deponer o esconder sus fortalezas personales. Aquí hay gente muy buena, honesta y preparada. ¿Qué otro país del mundo tiene cuatro candidatos presidenciales con doctorado? ¿O con ese nivel de experiencia administrativa? El llamado no es a deponer fortalezas, sino a aportarlas a un proyecto mayor; el llamado no es a inhibir entusiasmos personales, sino a hacerlos parte de un entusiasmo colectivo

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