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Petro preso de su narrativa

Petro vuelve a su vieja narrativa que más que ayudarle parece que lo tiene atrapado en el pasado. Un discurso que a esta altura de la historia, tal vez ya no cale como antes”.

03 de mayo de 2023
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Una cierta sensación de profunda tristeza queda tras escuchar el discurso del presidente Gustavo Petro en el balcón de la Casa de Nariño el pasado primero de mayo.

Y decimos tristeza porque un país como Colombia, que ha hecho tantos esfuerzos para estar unido, ahora se ve frente a la dolorosa realidad de que el propio Presidente de la República lo intenta dividir: desde el balcón de la casa presidencial invita a atizar las diferencias y convoca a la confrontación.

Más que un Presidente de la República –que según la Constitución debe simbolizar la unidad nacional– en los 71 minutos de balcón, detrás de las palabras y por encima de las amenazas, parecía estar un animal político herido y acorralado. La expresión la utilizó él mismo en su discurso: “Creyeron que Petro acorralado bajaría la bandera de la gran transformación”, dijo con su característica bronca.

Y Petro está herido porque en los primeros nueve meses de su gobierno ha tenido más fiascos que triunfos. Le apostó a una coalición de gobierno, que pintaba con ser aplanadora en el Congreso y se le varó cuando apenas iba a comenzar lo clave. En apenas ocho meses echó a la mitad de los ministros, dejando un sabor de improvisación y de falta de claridad en el gobierno. Y las reformas –con excepción de la tributaria– no han prosperado en el Congreso. Ni tampoco en la opinión pública. Sobre la reforma más polémica, la de la salud, el 80% de los encuestados no aprueba acabar con las EPS.

Un caso que sirve para ilustrar el problema del gobierno de Petro es el de los subsidios a los adultos mayores. Como candidato les prometió un bono de 500.000 pesos mensuales a 3,5 millones de adultos mayores que no tienen pensión. ¿Qué ha sido de esa promesa? Primero, a los adultos mayores no les ha llegado el bono prometido. Peor aún, tampoco les estaban llegando la mesada de 88.000 pesos que venían recibiendo en el anterior gobierno. Y segundo, Petro les bajó la caña y les dijo que solo le alcanzará para 2,5 millones de personas, un bono de 223.000 pesos. Sin duda hay decepción.

Eso de la eficiencia en la gestión de gobierno, que no se le da bien a Petro ni a su equipo, tiene a buena parte del país descontento. Su aprobación se desplomó de 56% a 35%. Y si al principio del gobierno solo 20% lo rajaban ahora ya es el 57% de los encuestados el que lo desaprueba.

El pueblo, como él lo llama, también le cobra sus incoherencias. Como esa de decir que con la plata de los pobres se subsidia la gasolina de los ricos y él luego se monta en su camioneta de dotación. O como la de señalar corruptos a diestra y siniestra y verse enfrentado al escándalo de corrupción de su propio hijo. O la de prometer el “cambio” y embarcarse en esa cruzada con algunos de los sectores más avinagrados de la política.

Petro intentando recuperar terreno convoca a un balconazo, como si fuera una fórmula infalible. Y de repente, se da cuenta, que tampoco le funciona como antes. Se calcula que llegaron entre 3.000 y 5.000 personas, muchas de ellas ya estaban en la calle para la marcha del 1 de mayo. No logró grandes multitudes. Para lo esperado, esos números son discretos.

Tanto así que en el mismo discurso Petro apela al pueblo con cierto desespero, como si sintiera que no le están copiando. “El pueblo no puede dormirse. No basta con haber ganado en las urnas”, les dijo. “Este Gobierno de mayorías necesita de un pueblo movilizado”, insistió. “El cambio social implica una lucha permanente y esa lucha se da con un pueblo movilizado”, rogó. Hasta hizo un llamado final con tono dramático: “No nos dejen solos en estos palacios enormes y fríos, no nos dejen solos ante la jauría de los privilegiados”.

Petro entonces vuelve a su trinchera, a su vieja narrativa que más que ayudarle parece que lo tiene atrapado en el pasado. Es el mismo discurso que usaba hace 50 años, de “esclavistas” y “privilegiados” contra los “pobres” y el “pueblo”, un discurso que a esta altura de la historia de una Colombia, donde la mayor parte de la población tiene acceso a salud, educación, servicios públicos y subsidios, tal vez ya no cale como antes.

Incluso Petro habló de “unas élites que se han acostumbrado al pensamiento del esclavista, no ven en el otorgamiento de derechos la libertad, al contrario creen que cuantos más derechos se le entreguen al pueblo, menos libertad”, como si estuviéramos en la época feudal, o como si todavía pegaran las consignas de los años 60 y no existiera ya esa Constitución de 1991 rebosante de derechos y una Colombia mucho más moderna de la que el Presidente la pinta.

Por no hablar de la frase que cayó como una bomba: según Petro, “el intento de coartar las reformas pueden llevar a una revolución”.

Petro no logra descifrar cómo gobernar. Siempre ha estado tan embriagado de su habilidad para la retórica qué tal vez se le ha olvidado que el ejercicio de gobernar es diferente: no es solo hablar y echar discursos emotivos, implica planes y programas aplicables, eficiencia en la administración y resultados. Eso que él llama con desprecio tecnocracia es, por ejemplo, un engranaje fundamental.

Ojalá el Presidente deje de repetir el pasado y de verdad lleve a Colombia a un cambio hacia el futuro..

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