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Nunca antes en la historia reciente del país habíamos tenido unas elecciones a las que llegáramos con las emociones más extremas a flor de piel como para la jornada electoral del próximo domingo. Hasta hace cuatro años se trataba de elegir entre dos o más opciones que podían tener diferencias de énfasis, pero que compartían los valores más preciados de la democracia: la libertad, el libre mercado y la libertad de expresión.
Esta vez, la posibilidad de que gane Gustavo Petro tiene en pánico a un sector importante de la población que considera que con su triunfo cambiaría el sistema político o la manera de organizarnos y gobernarnos como Nación. El mismo sistema que, valga decir, nos ha permitido en el último medio siglo dar saltos gigantes en temas vertebrales como la salud, la educación, el trabajo o la vivienda. Cualquiera que revise los indicadores de la Colombia de 1970 con la Colombia de hoy tiene que reconocer que es un país en constante transformación e incluso puede llegar a descubrir que, a pesar de la violencia, aquí se han dado verdaderos milagros.
El miedo al “cambio” tiene su sustento en la historia personal del candidato y, sobre todo, en el contexto regional, en el que no solo han triunfado aspiraciones populistas, sino que nos ha tocado ver desde el balcón el “cambio” en Venezuela y sus trágicos efectos. Entre 2002 y 2012 se expropiaron cerca de 1.200 empresas de todos los sectores. Cerraron y atacaron los medios de comunicación que no eran favorables al régimen. Y ni hablar del éxodo que se produjo de millones de venezolanos que deambulan por todo el continente porque en su país ya no tenían ni qué comer.
Si se le da el beneficio de la duda a Gustavo Petro, hay que decir que nadie puede garantizar hoy que eso mismo —esas mismas tragedias— vaya a ocurrir en Colombia. O incluso se podría llegar a pensar que se trata de cierta mezcla de paranoia y propaganda en contra del candidato.
Sin embargo, teniendo en cuenta que Petro es el que tiene más opciones de ser presidente, según las encuestas, ese análisis no se puede echar en saco roto. Pero tal vez se le ha dado menos importancia a otras tres facetas del candidato que pueden llegar a ser igual de problemáticas que las mencionadas anteriormente.
La primera es la incompetencia para poner a funcionar una ciudad que demostró cuando fue alcalde de Bogotá. Son muchas las páginas que se han escrito del descalabro de su administración, pero quizás dos datos dan una idea de su gestión. El primero es que al cierre de su mandato, en septiembre de 2015, solo el 18 % de los bogotanos confiaban en él, según la encuesta Bogotá Cómo Vamos, y el 75 % de los bogotanos consideraban que las cosas en la ciudad iban por mal camino. El segundo es que durante los cuatro años de su alcaldía no fue capaz ni siquiera de terminar un simple deprimido, el de la 94, que su antecesor había dejado empezado. Por mencionar solo una de muchas obras que Samuel Moreno le heredó y que le quedaron grandes a la alcaldía de Petro.
La segunda faceta se refiere a las propuestas “delirantes” que ha hecho. Tal y como lo recopiló este diario el lunes pasado, si Petro llega a ganar y cumple las promesas de campaña, Colombia podría caer en soluciones que pueden ser más graves que la enfermedad: la salud será atendida por el Estado y volveríamos a un esquema como el del Seguro Social que fracasó (Petro plantea acabar o restringir las EPS); la burocracia aumentaría 300 % (Petro ofrece trabajo en el Estado para “el que quiera y necesite”); les quitaría a 18 millones de personas sus ahorros, pues pasaría las pensiones privadas a disposición del Gobierno, y saldrían de las cárceles los cerca de 100.000 presos gracias al “perdón social” y “generalizado” del cual ha hablado.
Claro que hay quienes dicen que no cumplirá esas promesas, entre otras cosas porque son impracticables, y que solo busca con ellas ganar las elecciones. Es decir, con cara pierde Colombia y con sello también, porque si Petro cumple esas promesas, llevaría al país a la destrucción de instituciones que con tanto esfuerzo se han construido, y si no las cumple, estaríamos siendo gobernados por un Presidente que engaña a sus electores.
Y en tercer lugar, la otra faceta preocupante del candidato es que se ha rodeado de varios personajes implicados o salpicados por casos graves de corrupción. ¿Qué hará Petro, si llega a quedar presidente, con los coequiperos corruptos? ¿Los cubrirá con impunidad? ¿O los denunciará? ¿Qué será del alcalde Daniel Quintero?
Por último, preocupa su estilo mesiánico, terco y voluntarista que ya bastantes problemas le trajo cuando fue alcalde de Bogotá. Daniel García Peña, amigo de Petro y hombre clave en su triunfo, le renunció apenas seis meses después de comenzar la Alcaldía diciéndole: “Un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.
En Colombia tenemos una debilidad por la oratoria y la demagogia y la sobrevaloramos. Pero esta democracia nuestra tiene, también, un muro de contención contra autoritarismos, y ese muro de contención somos todos y cada uno de nosotros: si votamos sin hacer caso a las bodegas de las redes sociales y sobre todo sin creer en paraísos que solo están en la fantasía demagógica del candidato, será difícil que cualquier aspirante a dictador pueda salirse con la suya