Cada vez que el precio internacional del petróleo alcanza un cierto nivel, los analistas comienzan a preguntarse hasta cuánto llegará la cotización de ese bien básico y qué consecuencias tendrá sobre la economía mundial y, a su turno, sobre la nuestra. En esta ocasión, el precio de la referencia Brent ha rozado los 75 dólares por barril y, si bien no es el más alto alcanzado recientemente, ya que en el segundo trimestre de 2018 llegó a los 86 dólares por barril, su remontada reciente ha disparado todas las alarmas. En efecto, después de un descenso abrupto hasta el fin del año pasado, el precio inició de nuevo una subida muy empinada, con una tasa de crecimiento cercana a 40 por ciento desde comienzos de año hasta la fecha.
Ahora bien, para entender qué está pasando en el mercado petrolero es imprescindible referirse a la geopolítica que afecta la oferta, así como a la evolución de la economía global que determina la demanda.
Del lado de la oferta, está empezando a hacerse efectivo el acuerdo de productores para reducir la producción y aumentar el precio, a lo cual se suma, como gran novedad, el endurecimiento de las sanciones a Irán por parte de Estados Unidos. Las presiones a la reducción de la producción hasta ahora habían sido compensadas por el creciente aporte de los yacimientos no convencionales en ese país. Recientemente, sin embargo, está disminuyendo la cantidad de plataformas de perforación de crudo con lo cual es previsible una reducción del ritmo de crecimiento de la producción estadounidense.
De otro lado, si bien el crecimiento de la economía mundial no es precisamente el más vigoroso en este momento, según el FMI las previsiones son mejores para el segundo semestre. Aunque existen riesgos en el horizonte como el Brexit y la guerra comercial, las perspectivas de la China han mejorado y la recuperación de otros grandes emergentes (Argentina, Turquía) pueden apuntalar un mejor crecimiento mundial y una mayor demanda de energía. No producirá un alza adicional de precios como la que se dio antes de 2015, pero sí una que modifique el panorama internacional.
Como siempre, un alto precio del petróleo puede traer otro tipo de tensiones. Para los consumidores de los países emergentes y en desarrollo que importan ese bien, las noticias no son buenas. Un alto precio aumenta la factura por el posible incremento de la tasa de cambio y el costo del transporte. Puede darse una reducción del consumo, al tiempo que la inflación se resentirá más adelante por ese camino. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la gente está comenzando a creer que la inflación puede estar de vuelta.
Para Colombia, los precios altos de petróleo modifican el escenario macroeconómico. La situación fiscal se alivia en el corto plazo. Hay menos claridad sobre otras consecuencias; todavía, con una reforma en curso del sistema de regalías, es prematuro conocer qué trae esta nueva situación para las regiones. También es incierto el futuro de las exportaciones colombianas si se afecta el crecimiento mundial.
Volverían a surgir los temas de mediano plazo como la excesiva dependencia del petróleo y la necesidad de ahorrar las bonanzas y modular el gasto, además de aprovecharlas mejor y propiciar el desarrollo de otras actividades productivas. También es tiempo de recordar que es mejor ser exportador de petróleo que importador, y que Colombia debe resolver definitivamente el tema de su seguridad energética.