“Menos turismo, más vida”, decían las pancartas de manifestantes en Barcelona durante una protesta el pasado verano frente a lo que, para ellos, es un problema que ha resurgido en su ciudad luego de una pausa durante la pandemia: el turismo masivo.
Barcelona nunca ha sido una ciudad ajena al turismo. Por el contrario, esa industria siempre ha generado una importante fuente de ingresos para esta ciudad mediterránea. Sin embargo, durante la última década, innovaciones sin regulación como Airbnb y la proliferación de aerolíneas low-cost abarataron el precio de viajar por Europa, trayendo como consecuencia un aumento significativo en el número de personas que visitan la ciudad cada año. Los efectos negativos de lo que algunos llaman “turismo en masa” han empezado a ser evidentes en esta ciudad: aumento en el precio de alquileres, aglomeraciones constantes en sitios centrales de la ciudad, ruido a todas horas en barrios residenciales, entre muchas otras.
El turismo interfiere con la vida cotidiana de muchos habitantes y la cultura propia de la ciudad hasta un punto que, para muchos, se torna nocivo. “No queremos que nuestra ciudad se convierta en Disneylandia”, resumía un ciudadano al ser interrogado por un periodista sobre el motivo de su insatisfacción con el turismo.
Barcelona no es la única ciudad del mundo en la que se han visto reacciones de este estilo.
“¡Mi ciudad no es una mercancía!”, se leía en un cartel durante una protesta en Ciudad de México (CDMX) el pasado noviembre. Los mensajes de esta manifestación se parecían a los vistos en ciudades como Barcelona, pero la protesta en este caso era por un motivo ligeramente distinto: iba dirigida al creciente número de “nómadas digitales” que han llegado a CDMX estos años, después de que la capital mexicana se transformará en uno de los destinos preferidos para este fenómeno luego de la pandemia.
Los “nómadas digitales” son ciudadanos —generalmente de países de altos ingresos— que, ante el auge del trabajo remoto, deciden vivir y trabajar desde cualquier lugar del mundo. Ganando en dólares u otras divisas, generalmente eligen como destino ciudades con un menor costo de vida. CDMX, con su clima, comida y misma zona horaria que Estados Unidos, parecer ser el lugar ideal para estos “nómadas digitales”. Los locales, que ven cómo ante la presencia de extranjeros gastando en dólares los arriendos y en general su costo de vida aumentan, no están siempre de acuerdo con su presencia. “¿Nuevo en la ciudad? ¿Trabajando remoto” ¡Los locales te odian!”, dicen panfletos que se reparten en las zonas de Roma y La Condensa, destinos populares en CDMX.
La web nomadlist.com, un portal popular que ranquea las mejores ciudades para “nómadas digitales”, califica a CDMX como el mejor destino para trabajar a distancia en América Latina. Medellín ocupa el segundo lugar, y viene creciendo en la lista. En lo que mejor está calificada nuestra ciudad es en su clima y su bajo costo de vida. En lo que peor está calificada - —irónicamente para el “Valle del Software”— es en la calidad de su internet.
El fenómeno del turismo y de los “nómadas digitales” en Medellín está muy lejos de ser una problemática como la que sufren en Barcelona y CDMX. Y es que el turismo no se debería percibir en sí como un problema. Todo lo contrario, para ciudades como Medellín puede ser una “minita de oro”: los “nómadas digitales” dinamizan la economía, generan empleos y traen diversidad y nuevas culturas a interactuar con la ciudad. Sin embargo, los ejemplos de Barcelona y CDMX deben servir como señal de alarma de que el crecimiento del turismo sin control puede tener efectos nocivos, y algunos de estos efectos ya empiezan a verse en Medellín.
El costo en la calidad de vida en la ciudad ya está aumentando, sobre todo en los barrios preferidos por los turistas. Comer en un restaurante en la ciudad puede valer más que lo que vale en Bogotá, algo impensable hasta hace unos años. Conseguir o alquilar vivienda en Medellín no solo está caro, sino también mucho más difícil, un efecto en línea con lo que pasa en otras ciudades en las que sus habitantes se quejan de las afectaciones del turismo. Ya se ven productos inmobiliarios dirigidos específicamente a estadías cortas de ciudadanos extranjeros. Según el documento del Banco de la República “Análisis de Cartera y del Mercado Inmobiliario en Colombia”, en 2022 Medellín fue la ciudad del país que mostró las aceleraciones más fuertes en su inflación de arriendos. Los barrios residenciales alrededor de las zonas rosas de la ciudad ya se enfrentan a un ruido incesante durante los días de semana producto de la rumba y las fiestas. Y esto sin profundizar en la problemática del turismo sexual que históricamente ha aquejado a Medellín, y cuyos efectos se hacen más que evidentes si se pasa cualquier noche por la Calle 10 u otras zonas turísticas en El Poblado.
La alcaldesa de CDMX recientemente anunció que se considerará prohibir el uso de Airbnb en determinadas zonas de la ciudad, una medida que busca frenar el aumento en el precio de los alquileres en las áreas preferidas por los nómadas digitales. Una batalla similar a la que ya viene dando desde hace unos años el Ayuntamiento de Barcelona, donde han implementando normativas estrictas para quienes utilicen sus viviendas como alojamiento de estancias cortas, buscando frenar el incremento de precio en los arriendos derivado de las presiones del turismo.
Los problemas y soluciones no son necesariamente los mismos, pero sí le serviría a la administración de la ciudad tener referentes de qué cosas pueden salir mal y qué herramientas hay para poder mitigar estos efectos nocivos del turismo desenfrenado. El turismo debería ser una bendición para una ciudad, no un problema. Pero esto no viene gratis. Hay que diseñar los incentivos correctos para que Medellín logre atraer el tipo de turismo que quiere. .