¿Cómo será recordado el año 2020? ¿El año que sorprendió a un mundo globalizado con una pandemia de covid-19? ¿El año donde la libertad se vio limitada por una cuarentena pensada en el bienestar de sí mismo y el otro? ¿El año en el cual el tapabocas salió de los hospitales y se convirtió en un accesorio más de vestir y expresar lo que somos? Sin duda, pero para muchos jóvenes el 2020 es el año también de su graduación.
La vida se compone de momentos, algunos están alineados con las decisiones tomadas en uso de nuestra libertad, otros corresponden a los ciclos de vida natural, los círculos de influencia y a los criterios de éxito que la sociedad ha establecido y aceptado. Y sin falta a veces llegan coyunturas históricas superiores que alteran todo aquello catalogado como “normal” (¿qué es normal?). Es así como quienes culminan su etapa académica escolar o universitaria en medio de la pandemia asumen la creación de una ceremonia de grado “anormal” que, al final del día, y gracias a las emociones genuinas, están traspasando los retos de la virtualidad.
Desde EL COLOMBIANO le ofrecemos a esta generación nuestro reconocimiento y admiración. Estos grupos de jóvenes están viviendo un punto importante de transición en su camino, avanzan hacia un nuevo sentido de vida y continúan construyendo su identidad y definiendo su propósito desde una nueva realidad. Es una coyuntura retadora pero a su vez es un momento meritorio, importante y bello para ellos.
Los protagonistas del cumplimiento de estos hitos de vida merecen su celebración y su ritual porque estos actos les van a permitir ser conscientes del momento, irradiar quiénes son y expresar su pertenencia a una generación que tiene la esperanza y la fuerza de la juventud frente a un mundo que los necesita con toda su curiosidad, pensamiento idealista, indignación ante lo injusto e, incluso, irreverencia.
Las ceremonias han hecho parte de la historia de la humanidad, no importa la etnia, la cultura o la religión. Son importantes pausas que honran las metas cumplidas. Los símbolos detrás de ellas permiten a las personas crear vínculos con aquello que les representa dicho momento, reflejan la esperanza en sus vidas, y sus lazos espirituales manifiestan su relación con su cultura.
Observar estos grados digitales que están surgiendo es apreciar la grandeza humana en un acto simple de estoicismo y adaptación a los retos del momento. La espontaneidad y reinvención de los jóvenes e instituciones académicas para hacer un evento especial; el orgullo alegre de los padres, familiares y amigos; el esfuerzo afectivo de los maestros por enviar sus mensajes... las risas por los errores de aquel al que se le activó la pantalla y no estaba listo o aquel que no entendió o se anticipó, el chat con comentarios en tiempo real alegrando la jornada porque ya nada parece ser privado... ¡es todo tan humano! ¡Tan real! Emociona.
Al final, estos jóvenes se están encontrando rodeados por una fiesta auténtica que abraza y celebra su meta en un mosaico digital compuesto de pequeñas familias unidas por un momento importante y memorable.
Esta generación ha tenido un grado inolvidable desde el cual ha plasmado su fuerza. La huella de esta pandemia debe convertirse en un aprendizaje transformador para sus vidas porque ha experimentado en carne propia la realidad de un reto mundial y ha estado a su altura. No lo pueden olvidar, ya saben que su actitud y creatividad les permite asumir con éxito lo impensable. Estaremos todos observando su desempeño cuando asuman el liderazgo de la humanidad, ellos representan hoy, sin duda, grandes expectativas para el futuro justo de Colombia.