Desde enero de 1991, cuando se desencadenó la primera guerra del Golfo, la economía colombiana y el sector petrolero no vivían una caída del precio del crudo en 24 horas, del tamaño de la registrada el lunes pasado. El colapso se incubó desde el final de la semana, cuando Rusia (el segundo productor mundial) se negó a apoyar el recorte de producción propuesto por la Opep, ante la reducción de la demanda como consecuencia del Covid-19.
Con su decisión, Rusia desencadenó una guerra del petróleo devastadora e histórica, sostiene el sitio especializado Oilprice.com. Para ese país, la reducción de la producción favorecía a los productores estadounidenses que explotan los yacimientos no convencionales, una situación que Rusia no se podía permitir. La represalia de Arabia Saudita correspondió a un cambio radical en su estrategia, con la decisión de inundar el planeta con petróleo barato para disputarle a Rusia sus segmentos de mercado.
La arriesgada jugada de los sauditas llevó a que las bolsas asiáticas abrieran en rojo el lunes. La acción de Aramco, la gigantesca empresa petrolera saudí, cayó 9 % y el precio del Brent se desplomó hasta US$35 por barril, una de las mayores reducciones en la historia reciente (25 %). La bolsa de valores japonesa cayó 3 % a la apertura, la de Australia lo hizo en 5 %, Hong Kong cedió 3,8 % y Shanghái 1,56 %. Posteriormente, Wall Street debió suspender operaciones por un tiempo y al final cerró con una caída de 7,79 %. Igual sucedió con las bolsas latinoamericanas y la de Bogotá, que finalmente se redujo en 10,53 %.
Como siempre, después de esas sacudidas los mercados rebotaron y al cierre del martes se habían recuperado muchos valores e, incluso, el precio del petróleo. No hay que ignorar, sin embargo, que lo más peligroso de esta nueva guerra del petróleo es que coincide con una crisis masiva de demanda producida por el coronavirus. Esta combinación explosiva es inédita y lo más parecido históricamente se observó al comenzar los años treinta en el siglo pasado.
El hecho es que el factor coronavirus está lejos de disiparse y la epidemia avanza rápidamente en Europa (aunque parece haberse contenido en China), lo que lleva a un escenario de pérdidas económicas gigantescas producidas por la cuarentena total de un país del tamaño de Italia. En esas condiciones, los riesgos financieros se multiplican y, además, mientras que Rusia y Arabia Saudita no entierren el hacha de guerra, se pueden lesionar la industria petrolera estadounidense y los presupuestos de los países dependientes del petróleo.
Colombia ya sintió el primer embate de la nueva crisis, con una alta devaluación de la tasa de cambio como reacción ante el contexto externo. La caída del precio del petróleo y la disminución de la demanda por ese bien básico impactaron el valor de las exportaciones colombianas de crudo, tanto por precios como por cantidades demandadas. La debilidad de la demanda mundial también perjudicará al resto de exportaciones, aún a pesar de la devaluación. En esas condiciones el déficit en cuenta corriente puede ampliarse y no es claro que se pueda financiar con inversión extranjera, como hasta ahora.
El efecto final sobre la economía colombiana dependerá de la permanencia o no de los factores externos negativos. La labor de evaluación de los nuevos riesgos y sus posibles efectos corresponde a las autoridades económicas que por ahora dan un parte de tranquilidad, mientras que evalúan su margen de maniobra.