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La verdadera discusión no es tecnológica, sino ética: ¿cómo usamos la IA? Si dejamos que reemplace el juicio humano, perderemos más de lo que ganamos.
A lo largo de la historia, la humanidad ha estado marcada por grandes interrogantes. Preguntas como si la Tierra giraba alrededor del Sol o si, por el contrario, era el centro del universo, dividieron durante siglos a pensadores y sociedades. Del mismo modo, la existencia de Dios ha sido una duda filosófica que ha dado origen a sistemas éticos, conflictos y formas de organización. Y ahora, en pleno siglo XXI, otro interrogante de grueso calibre nos ocupa: ¿Cuál será el futuro de la inteligencia artificial? ¿En qué se va a terminar convirtiendo? ¿Cómo conviviremos con aquello que, en apariencia, hemos creado a nuestra imagen, pero que parece sería capaz de actuar con una lógica propia?
Esta revolución apenas comienza. Tres años después de su lanzamiento, ChatGPT supera los 800 millones de usuarios. Y entre todas las compañías que ofrecen esta tecnología ya llegan a 1.200 millones de personas. La inteligencia artificial generativa es la tecnología de más rápida adopción de la historia. Y aquí estamos todavía obnubilados, abriendo las puertas de un nuevo mundo, impredecible, que viene con sus más y sus menos.
Como toda novedad que implica un cambio en la forma como nos relacionamos con el mundo, la inteligencia artificial ha sido centro de debate. Son muchos los que la consideran una amenaza para la humanidad, como se deduce del manifiesto firmado en 2023 por mil expertos, filósofos y sociólogos, de lo más granado del pensamiento mundial. Pedían una pausa de seis meses en el entrenamiento de los poderosos sistemas de IA que se iban a implantar, pues temían que las relaciones humanas pudieran deteriorarse. Pero nadie esperó.
Pasados estos primeros años, se puede decir que no estaban mal encaminados con su advertencia. Muchos profesores ya no entienden el sentido de su misión, ni tal vez tampoco los estudiantes. ¿Qué aprender si todo se lo preguntamos a la IA y lo puede hacer mejor?, se preguntan algunos. Ese dilema se ha resuelto, hasta ahora, planteando que el ser humano debe intervenir para darle dirección a la IA.
La cultura también se ve amenazada –¿o potenciada?– por obras digitales: música sintética producida y consumida por IA, cuadros generados por algoritmos, fotografías y videos creados al instante, con costo cero, que eliminan la singularidad humana. ¿Una IA que acaba con los creadores o que genera nuevas variantes del arte?
Se suman riesgos sociales. Se vislumbra un apocalipsis laboral en distintos sectores. Se suma a esto la facilidad para producir contenido falso basado en la realidad, muchas veces indistinguible. ¿Qué debate –y para cuándo– se debe dar alrededor del valor de la realidad y la verdad?
También surgen preocupaciones por sus efectos en la salud mental. El uso de chatbots empáticos, para algunos, supone un riesgo de dependencia emocional en niños y adolescentes. Pero para otros representa una transformación en las relaciones humanas, donde ya no solo nos asociamos entre nosotros, sino con esta “nueva especie”.
Los avances en ciencia se vislumbran gigantescos: la colonización espacial ha dejado de ser una fantasía y la IA podrá ayudar a combatir enfermedades, prevenir catástrofes o detectar riesgos financieros. La digitalización no es mala por defecto.
Pero no hay que perder de vista que ChatGPT es producto de una empresa llamada OpenAI que busca ganar dinero. Los retos que siguen pendientes son enormes. Comunidades enteras ya sufren el impacto de los inmensos centros de datos que consumen recursos naturales vorazmente y los obligan a desplazarse.
Por ahora, según un informe del MIT sobre 300 proyectos piloto de IA, el 95% de las organizaciones no han obtenido retorno de su inversión. El Nobel de Economía Daron Acemoglu estima que la IA apenas mejorará la productividad global un 0,7% en la próxima década. En cuanto al empleo, calcula que menos del 5% de los trabajos en países desarrollados se verán realmente afectados. Pero esa cifra, aunque pequeña, equivale a centenares de miles de despidos.
Hay que poner el foco en la responsabilidad individual y en el uso personal que se hace de esta tecnología. Si abusamos de ella, si permitimos que ocupe el lugar del juicio humano, estaremos muy mal encaminados.
La verdadera discusión no es tecnológica, sino ética: ¿cómo usamos esta herramienta? Si dejamos que reemplace el juicio humano, perderemos más de lo que ganamos.
Confiamos en la capacidad de adaptación de la humanidad. Pero no hay lugar para la ingenuidad. La inteligencia artificial generativa no crea conocimiento original. Aún somos nosotros quienes escribimos la historia.