La visita de una numerosa comitiva institucional al corregimiento Ochalí, en Yarumal, sirvió para mostrar varias facetas y situaciones: por ejemplo, que desde 1872, cuando se fundó, ningún gobernador de Antioquia había ido allí. O que las Farc tienen varios tramos del pueblo minado y que perviven en la zona miedos e intimidaciones.
Se constató con la desactivación de una mina de 30 kilos instalada, al parecer hace un año, en la cancha del caserío, la misma en la que aterrizó el helicóptero que transportaba el lunes pasado a una decena de los ilustres visitantes a Ochalí.
El de ese corregimiento es el retrato de buena parte de la situación de las comunidades del norte de Antioquia, recostadas sobre las laderas del Nudo de Paramillo y de la Cordillera Occidental: allí continúa el asedio de algunos grupos armados ilegales (guerrilla y bandas criminales) y la hoja de coca es parte del paisaje aledaño a los cañones que rodean el río Cauca.
La gente está expuesta a la acción de dos de los frentes más beligerantes y temidos de las Farc: el 18 y el 36, que controlan con mano de hierro los filos de aquellas montañas, la producción coquera y que cometen toda suerte de arbitrariedades contra la población civil, pasando por caseríos como La Granja, Santa Rita, El Aro y el mismo Ochalí, todos en los alrededores del Proyecto Hidroituango.
El comandante del Ejército, general Jaime Lasprilla, acaba de denunciar que en medio de los combates con las tropas de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo, el domingo pasado, en el municipio de Ituango, los subversivos se ocultaron en las casas y entre los pobladores del sector Quebrada del Medio. Una obvia infracción al Derecho Internacional Humanitario (DIH) que las Farc se empeñan en negar.
Zonas aisladas, metidas entre montañas que parecen indomables, donde las necesidades económicas y sociales van de la mano de las dinámicas del conflicto armado, de sus lacras, de sus heridas. El lunes, los líderes de Ochalí les dijeron al gobernador Sergio Fajardo y a sus acompañantes que requieren mejores vías para transportar el café y la leche que allí se producen. Que necesitan dotar su puesto de salud, tener ambulancia, acueducto y alcantarillado y arreglar los puentes rotos.
Es la radiografía de una región estratégica dejada a su suerte por largos años. Dividida, como lo observó el alcalde de Yarumal, Miguel Peláez, por la violencia mortífera y los antagonismos de los grupos armados, que causaron destrucción de casas, masacres, desplazamientos, violaciones, reclutamientos forzados y otras vejaciones indecibles.
Queda rescatar que ojalá los compromisos de desminado asumidos por las Farc, en Cuba, sirvan en un plazo breve para sacar a los civiles de esos terrenos donde caen mutilados campesinos, niños y adultos desprevenidos que van a la escuela o al jornal. El cráter de la cancha de fútbol en Ochalí, por fortuna posterior a un estallido controlado de una mina, recuerda el hueco al que han caído vidas inocentes y en el que se hunde la tranquilidad de gente que anhela el progreso y la paz.
Desde la frustrada visita de la semana pasada a Ochalí, hasta la que se concretó este lunes, cruzan los dilemas frente a la gran inversión y acción institucional que debe sobrevenir a la posible firma del fin del conflicto. Aunque hay en todo esto un llamado, también, para entender que si la guerra sigue, habrá que derrotar el miedo, el atraso y los atropellos que arrastra la existencia misma de las Farc.