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Las guerras comerciales

Ni el debilitamiento del comercio mundial, ni el aumento del proteccionismo son una buena noticia. La principal afectada es la globalización y su efecto virtuoso sobre la productividad.

04 de abril de 2018
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Infográfico
Las guerras comerciales

Tras la sanción el pasado 8 de marzo, por parte del presidente estadounidense Donald Trump, de los nuevos aranceles de importación para el aluminio y el acero, se elevó la tensión en las relaciones comerciales entre muchos países. La medida vino a sumarse a las noticias acerca de las restricciones para las inversiones nuevas provenientes de China y al impulso de una demanda contra ese país ante la OMC, por su régimen de licenciamiento de la tecnología. Se acaba de producir una tajante respuesta del gobierno chino, con su decisión de aumentar aranceles a 128 productos provenientes de Estados Unidos, valorados en 3.000 millones de dólares.

Las primeras escaramuzas de esta nueva guerra comercial las tomaron muy en serio los mercados y fueron, sin duda, una de las razones importantes, junto con los anuncios de la FED y los hallazgos sobre Facebook de que, en las últimas semanas de marzo, se produjese un incremento de la volatilidad del mercado accionario en Wall Street y, en esta semana, ante la concreción de las medidas chinas, también en las bolsas de Asia y Europa.

La realidad de las medidas ensombrece el panorama del comercio mundial y es, por esa razón, que las bolsas reaccionan enérgicamente ante la noticia. La historia de esos eventos nos recuerda que las guerras comerciales nunca fueron buenas y, al contrario, siempre terminaron en resultados desastrosos y en un aumento del proteccionismo.

Tal fue el caso de las confrontaciones comerciales en el siglo XIX y XX (Francia-Italia; Estados Unidos-Canadá) que llevaron a retaliaciones sucesivas, al aumento del proteccionismo en las naciones involucradas (como por ejemplo en Francia el arancel proteccionista de Méline de 1892; en Estados Unidos el arancel Smoot-Hawley de 1930) e, incluso, el desplazamiento de empresas hacia otros países (Canadá), evitando el costo gravoso para sus insumos.

Al temor de una espiral de retaliaciones, como la que se ha visto en otras ocasiones, hoy se suma la amenaza que las acciones significan para el sistema global de comercio, representado en la OMC. Entidad que, se teme, no tendría la capacidad para solucionar una disputa comercial, como la que se avizora, entre las dos superpotencias.

Los riesgos crecientes del comercio mundial se dan en un momento en que este se encuentra muy debilitado. Dos de las medidas más usuales para describirlo (contenido de importaciones de la producción mundial y crecimiento anual de las importaciones mundiales en volumen, según presentación reciente de Riches-Flores en Fedesarrollo) muestran que, a pesar de las mejores condiciones actuales de la economía global, el comercio se mantiene por debajo de la senda observada antes de la crisis de 2008.

Ni el debilitamiento del comercio mundial, ni el aumento del proteccionismo son una buena noticia. La principal afectada es la globalización y su efecto virtuoso sobre la productividad, por caminos como los efectos sobre las cadenas de valor, entre otros. En el caso de Colombia, en esas aguas le tocaría navegar, la primera guerra comercial del siglo XXI, en un momento crucial para modificar la composición de la oferta exportadora, dominada por las exportaciones minero-energéticas y con un menguado dinamismo de las industriales y agroindustriales.

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