La semana pasada se efectuó la primera reunión presencial, desde que comenzó la pandemia, del Grupo de las siete democracias más poderosas; es la primera también a la que asiste el presidente Biden, de los Estados Unidos, quien llegó pisando fuerte y mostrando al mundo que la diplomacia gringa de la posguerra está de regreso. Esta reunión es importante por los acuerdos logrados y también por lo no acordado, y adicionalmente por el mensaje al mundo.
Los acuerdos más destacables son dos: acelerar los esfuerzos de vacunación del mundo entero y fijar un impuesto mínimo global que contribuya a la equidad mundial y a la financiación de proyectos de infraestructura en los países en desarrollo. El primero es una necesidad urgente del mundo; requerirá de un gran esfuerzo económico y logístico para lograrlo, pero sobre todo de una notable generosidad de esos países, ya que es insuficiente con las donaciones prometidas por los Estados Unidos e Inglaterra. El efecto de tener el mundo entero vacunado es muy grande en términos de las vidas que se salvan, y también en resultados económicos después de los pobres indicadores mundiales tras un largo año de pandemia. Los cálculos realizados por The Economist muestran que vacunar al 70 % de la población mundial hasta abril del año próximo cuesta el 0,13 por ciento del PIB agregado de los países del G7; obviamente las vidas que se salvarían justifican ese gasto, además del enorme impacto económico en el mundo entero.
El segundo es el acuerdo en fijar un impuesto mínimo global para la equidad. Este es claramente justificado desde el punto de vista de equidad tributaria y con el fin de evitar que las grandes multinacionales de las TIC y la industria 4.0 destinen sus grandes ingresos y beneficios a paraísos fiscales. Sin embargo, la fijación de este impuesto será un camino largo y tortuoso, pues se habrá de poner de acuerdo a más de 130 países en el mundo, se requerirán pactos parciales inmediatos entre varios en algunos temas arancelarios, además de las complejidades de los paraísos fiscales, y algunos países que no quieren gravar ese tipo de actividades económicas por sus efectos negativos específicos, caso de Irlanda. Este impuesto, así tenga claros fines políticos, favorecerá el desarrollo de los países de bajos ingresos a través de los proyectos de infraestructura que se promoverán con cargo a ese recaudo.
Lo no acordado pesa para el mundo, al no lograrse una eliminación del uso del carbón para la generación de energía. La aceleración del cambio climático y el daño a la biodiversidad vienen teniendo efectos socioeconómicos que preocupan a gobiernos, a expertos internacionales y académicos, a movimientos ambientalistas y por lo tanto exigen acciones decididas y acuerdos internacionales impostergables. Tal y como lo hemos comentado en anteriores editoriales, este tema debería ser recogido por las Naciones Unidas de manera inmediata, y con alto liderazgo con el fin de recuperar el rol multilateral y obrar así sobre un tema que apremia al mundo.
El mensaje es claro a partir de esta reunión del G7 y los acuerdos logrados: las democracias más poderosas están unidas frente la necesidad de detener la pandemia, así como en contener la influencia de Rusia y en especial de China. Además, los Estados Unidos pareciera asumir en cabeza de Biden un nuevo liderazgo mundial, indicando que la política exterior de la era Trump, por lo pronto, es asunto del pasado