Ante el paso al Ministerio de Defensa del canciller Carlos Holmes Trujillo, el presidente Iván Duque nombró como cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores a la exsenadora Claudia Blum.
A semejanza del excanciller Trujillo, la nueva ministra encargada de las relaciones internacionales del país ha tenido largo recorrido político, con militancia en múltiples partidos, pero a diferencia de aquel, no cuenta con extensa trayectoria diplomática, salvo su paso como embajadora de Colombia en la ONU en la segunda administración Uribe Vélez.
La importancia de la Cancillería dentro del gabinete ministerial no admite discusión. Y en las actuales circunstancias geopolíticas del continente, con los péndulos ideológicos en permanente mutación, la vecindad hostil de una dictadura, y la creciente realidad de movilizaciones sociales de protesta, la voz internacional del Gobierno requiere afinar sus mensajes y optimizar sus herramientas de acción.
Los retos que tiene enfrente la nueva canciller son inmensos. Colombia hasta ahora ha liderado la batalla diplomática contra el régimen dictatorial de Nicolás Maduro y la camarilla chavista que lo encubre. Esa política que debe continuar, mientras el autócrata persista en su ilegítima ocupación del mando. Se trata de un compromiso por la democracia, apoyado en la certeza de que para Colombia es crítica la presencia al lado de las fronteras de un régimen hostil y belicoso, no por aislado internacionalmente menos peligroso.
Otro asunto urgente y relacionado con el anterior, es la presencia de un número cada vez mayor de migrantes venezolanos en nuestro territorio, que se estima puede estar llegando al millón y medio de personas. Es un esfuerzo colosal, sobrevenido, para las finanzas públicas colombianas e incluso para la seguridad nacional. La Cancillería debe proseguir con la gestión de esta crisis humanitaria y buscar más recursos para atender a los venezolanos que huyen del hambre y la miseria en su país, así como promulgar una política migratoria coherente con la posición que ha manifestado sobre el éxodo venezolano y que debe ser impulsada regionalmente.
Habrá de continuar también con la política, paciente y poco comprendida, de explicar con eficacia el compromiso de este Gobierno en la construcción de la paz, desmontando prejuicios y contrarrestando una potentísima diplomacia paralela que quiere presentarlo como un régimen regresivo, enemigo de la paz y perseguidor de líderes sociales y defensores de derechos humanos.
Los países antes aliados cambian de signo político y se van alineando con bloques no afectos al régimen democrático liberal. La política exterior colombiana debe defender los intereses nacionales y no dejarse amedrentar por los sectores afectos a políticas fracasadas, ideologizadas y contrarias a las libertades públicas.
En cuanto a los giros que podría dar la nueva canciller, está el de retomar el cumplimiento de la promesa presidencial en tiempos de campaña, sobre la profesionalización del servicio exterior colombiano. Abundan los nombramientos basados en criterios muy cuestionables, en la misma penosa tradición de utilizar la diplomacia como pago de favores de política interna, a costa de la excelencia de ese servicio público, que requiere conocimiento, formación y especialización. Es una deuda pendiente de esta administración.