En poco más de trece meses al frente del Atlético Nacional, el técnico Reinaldo Rueda logró convencer a sus jugadores del enorme potencial deportivo y competitivo que tenían. Además de estimular los talentos y bondades del grupo, supo planificar y conducir al club para ganar con sobrados méritos la Liga del Fútbol Profesional de Colombia, en diciembre de 2015, y, siete meses después, puso al equipo en lo más alto del balompié continental: conquistó la Copa Libertadores de América, con unas estadísticas irrefutables y sólidas.
Por supuesto, tras él hay una organización y un aparato gerencial y administrativo que en este milenio entraron en un proceso de reinvención en todos los niveles. Hay que decir que Rueda encontró una institución que había desarrollado estándares corporativos al nivel de cualquier empresa privada que busca rentabilidades económicas y sociales.
Por eso la feliz obtención del título, en el torneo más prestigioso del fútbol en este lado del Atlántico, obedece a la persistencia en un recorrido que, con pocos altibajos, representa una suma de esfuerzos orientados a objetivos de mediano y largo plazos, que bien vale la pena repasar para que tengan aplicación en otras actividades no solo del deporte sino de otros ámbitos de la vida cultural, social y económica de Antioquia y del país.
La prensa, los hinchas y los integrantes de la familia del fútbol en Colombia y Surámerica coinciden en que Nacional eligió al técnico indicado: disciplinado, formado, respetuoso y de gran sencillez y valores humanos. Es decir, se escogió a un hombre probo, decente. Y cuán importante es ese liderazgo para que, a partir del ejemplo, los demás integrantes de un grupo se impregnen, se contagien de hacer bien su trabajo.
A lo largo de la Copa Libertadores 2016, Nacional acumuló las mejores estadísticas de los 38 clubes en competencia. En puntuación, goles a favor y goles en contra. El respaldo se dio en todos los terrenos: el público en el Estadio Atanasio Girardot superó los 43 mil hinchas por partido. Por eso los especialistas no dudan en sostener que fue el mejor equipo el que se alzó con el triunfo final. Los registros refrendan que el rendimiento del club antioqueño alcanzó el 79 %, el más alto de los campeones de los últimos 34 años en la historia de la Copa Libertadores.
Más allá de lo apabullante de esos logros, hay que pensar que Nacional es un “caso de estudio” para mirar cómo es posible derrumbar barreras y alcanzar metas tan altas en corto tiempo. Sus resultados se integran al contexto de una Medellín que deja atrás un pasado convulso y que hoy más que nunca se enfoca en transformar su realidad, y en especial su niñez y su juventud.
Esa tarea debe centrarse en minimizar la violencia. En el balance global de una celebración de millones de personas no todo resultó ideal: hubo casos de homicidios, riñas y heridos por abusar del licor y la pólvora, y por intolerancia. Medellín, escenario principal del festejo, tuvo mínimos incidentes. En Bogotá, las barras causaron daños graves.
Es pertinente que, más allá de la alegría que significa para los hinchas y la gente del fútbol el triunfo de Nacional, se aprenda del cúmulo de resultados que hay en el ámbito deportivo y empresarial y que ello se aplique, se adapte a las realidades cotidianas de Medellín y de Colombia.
Este título no solo es parte del anecdotario del fútbol, sino también de un éxito que abre posibilidades para edificar una sociedad inspirada en liderazgos transparentes, innovadores y eficaces.