Al margen de que durante doce días, del 23 de diciembre al 3 de enero, los colombianos no sufran la violencia de los frentes del Eln, el anuncio de “tregua navideña” del grupo guerrillero no responde a los clamores insistentes de numerosos sectores de la sociedad que reclaman que los subversivos cesen el secuestro, la siembra de minas antipersona y los ataques a la infraestructura, para facilitar que se retome la mesa de negociaciones con el Gobierno Nacional.
El 2018 ha sido escenario de una nueva escalada de agresiones del Eln contra la fuerza pública y de constantes atropellos contra la población civil en departamentos como Chocó, Arauca, Cauca, Norte de Santander y Nariño. Ese contexto de presiones a los no combatientes ha desembocado en el asesinato de líderes sociales y de personas queridas por las comunidades, como en la guerra territorial Eln - Epl, en Catatumbo.
Por eso leer el comunicado del Comando Central (Coce) del Eln anunciando una tregua tan corta, y deseando una feliz Navidad y año nuevo a los colombianos, comporta cierta ironía y desprecio por los múltiples pedidos de gestos de paz, ciertos y duraderos, de parte de una ciudadanía golpeada por los ataques de esa guerrilla en el año que culmina. El Eln ha querido imponer con violencia el retorno a una mesa de diálogo empañada, precisamente, por sus numerosas acciones criminales.
Al presidente Iván Duque le asisten razones coherentes con los llamados de la sociedad civil para que el Eln ponga fin a una práctica atroz como el secuestro, que vulnera el DIH y los derechos humanos. Igual ocurre con la siembra de minas terrestres con las que el Eln mantiene confinadas y amenazadas a comunidades de los ríos Atrato y Baudó, y sus afluentes y entornos.
El 2018, antes que mostrar a un Eln interesado en su reincorporación a la vida civil y en alentar la construcción de la paz, describe a un grupo subversivo afanado por copar los territorios de los que salieron las Farc, y cada vez más involucrado en la cadena cultivos ilícitos, narcotráfico y minería ilegal, caso del Norte y Bajo Cauca, en Antioquia.
El discurso de paz del Eln y de su interés por reabrir las conversaciones en Cuba, donde mantiene un equipo de delegados, se siente hueco frente al acento guerrerista y dañino de sus acciones, a lo largo del año y a lo ancho del país.
Su anuncio de que no se levantará de la mesa y de que seguirá alimentando su agenda con miras a una posible reactivación del diálogo, se desdibuja con la violencia de varios de sus frentes que, bajo la perspectiva de su autonomía militar y política, se perciben incluso reacios a la búsqueda de un acuerdo y a su consecuente desmovilización.
La creciente actividad criminal en Arauca, en permanente desplazamiento entre territorio colombiano y venezolano, con extorsiones, secuestros y auspicio del contrabando muestran a un Eln decidido, más que a dialogar, a ser un actor firme de ilegalidad e inseguridad binacional.
Las veleidades del Eln, ese temperamento cambiante y por momentos soberbio de algunos de sus comandantes, se traduce en el ofrecimiento de esta tregua navideña que parece más una dádiva, una limosna, que un gesto genuino y comprometido que sirva como puente, como paso a la reanudación de una mesa de negociaciones, con tiempos precisos y temas concretos, para que el país vea avances al desmonte de esa guerrilla.