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¿La humanidad no tiene remedio?

No se necesita ser un experto para ver que el tiempo se agota. El Tratado de los Océanos ha sido hasta ahora una oportunidad fallida. Pero hay que seguir intentándolo.

02 de septiembre de 2022
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Se nos fue otra oportunidad. Las negociaciones sobre el Tratado Global de los Océanos no lograron llegar a un acuerdo para crear santuarios marinos en el 30 % de los océanos para 2030. Esta idea lleva marinándose 20 años, y en esta oportunidad, tras 15 años de reuniones, idas y venidas, cuando se pensaba que por fin lo firmarían, volvieron a fracasar en el intento.

El tratado, que buscan aprobar países de todo el mundo, tiene como objetivo asegurar la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional. Esas zonas abarcan las aguas situadas a más de 200 millas marinas de las costas y actualmente están reguladas por distintos acuerdos y organismos, sin un marco general claro.

Afortunadamente, Colombia tiene la tarea hecha, pues el país se convirtió en el primero en el hemisferio occidental en transformar el 30 % de su territorio oceánico en un área protegida, prohibiendo la pesca y la exploración petrolera. Así lo anunció el gobierno anterior en julio, durante la Conferencia Oceánica de las Naciones Unidas en Portugal. Pero una sola golondrina no hace verano. Ni tampoco tenemos tan claro que se esté cumpliendo. El video hecho por pescadores colombianos que se conoció esta semana sobre la pesca ilegal de delfines, atunes y otras especies en el Pacífico chocoano, por parte de un barco pesquero de otro país, prendió las alarmas en ese sentido.

Se necesita que los 40 países que forman la High Ambition Coalition actúen de manera conjunta y no por inercia.

Al parecer, las reuniones en Nueva York se quedaron patinando en asuntos técnicos, cuando en realidad lo que se necesitaba era una alta dosis de diplomacia. Rusia y China se opusieron por motivos ideológicos que nada tienen que ver con el medio ambiente. Esto a pesar de que las aguas internacionales, o alta mar, como también se les dice, representan dos tercios de los océanos y por ahora solo el 1,2 % está protegido, lo que las deja inermes frente a las amenazas del cambio climático, la pesca descontrolada y el tráfico continuo de embarcaciones.

Los científicos insisten en que el pronóstico de muerte, inundaciones y pérdida de fuentes de alimentos ya es una realidad. Los océanos producen la mitad de todo el oxígeno del mundo y absorben el 31 % del dióxido de carbono producido por el hombre. Si a esto se le añade la destrucción de la biodiversidad marítima, el panorama no puede ser más sombrío.

Y algunas ong como Greenpeace muestran informes bien documentados en los que se detalla el estado de emergencia de los océanos. Ya se ha perdido el 70 % de las poblaciones de tiburones. Y si no se actúa con prontitud, a finales de siglo el 70 % de los corales habrá desaparecido. No se necesita ser un experto para entender que el tiempo se agota

Una rápida revisión de noticias de los últimos días expone situaciones dañinas y peligrosas. Está el caso del calentamiento del mar Mediterráneo, cuyas aguas bañan las costas de 20 países. Pues resulta que está hirviendo, la temperatura está cinco o seis grados por encima de su valor normal, con lo cual la cantidad de calor acumulada es enorme. Toda esa energía implica un riesgo mayor de eventos extremos, como olas de calor que se encadenan una tras otra o fuertes tormentas.

Y en esas mismas aguas mediterráneas, en un puerto cerca de Gibraltar, hace dos días acabó semihundido un barco de carga a granel tras estrellarse contra un buque que transportaba gasóleo, aceite lubricante y combustible líquido. Al día siguiente se supo de la fuga de estos líquidos contaminantes y su paso a la bahía, pese a las barreras de contención que inmediatamente se instalaron. Un ejemplo más de irresponsabilidad en la que no hay otros culpables distintos a los seres humanos.

Por ahora no queda más que esperar a que los negociadores del tratado vuelvan a reunirse. Pese a la decepción de no haberlo conseguido, hay esperanzas por el progreso logrado. Habrá que resolver temas álgidos, como el reparto de las posibles ganancias derivadas de la explotación de recursos genéticos de alta mar o el acceso justo y equitativo para los países en vías de desarrollo. Nada que con buena voluntad, compromiso, respeto y generosidad no se pueda alcanzar. A ver si pasamos de no tener remedio a ser protagonistas de la solución 

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