En su visita a Latinoamérica, la más larga desde su pontificado, la cual concluye hoy, el Papa Francisco reforzó su perfil como líder mundial y al mismo tiempo como un pastor que está siempre atento a asistir a los seres más humildes y golpeados por los desequilibrios e injusticias sociales.
En su periplo por Ecuador, Bolivia y Paraguay, los tres países más pobres del Continente, se acercó a las comunidades pobres, indígenas, hospitales públicos, cárceles, indigentes y a todos aquellos que estuvieran dentro de lo que se denomina la cultura del descarte, la cual pidió abolir desde la sociedad, la política, los niños, los ancianos y la familia misma.
Aunque no se refirió, de manera explícita, a la teología de la liberación, qué en décadas pasadas sacudió la Iglesia en América Latina y fue condenada desde el Vaticano, sus palabras y acciones en pro del cambio social, contra la corrupción y el manejo político de los países, lo hicieron ver como si se tratara de un discípulo más de la misma.
Francisco escuchó, desde las voces de millares de peregrinos, que las injusticias sociales, la inequidad, la corrupción, la violencia, el hambre y otras lacras siguen campeando en el Continente.
Precisamente, dentro de esa deuda impagada, de manera más explícita, recordó lo que había dicho San Juan Pablo II, hace treinta años, cuando visitó estas tierras: Que la Iglesia se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos y, dentro de estos, todo lo que tiene que ver con la conquista de América y con los que se impusieron con la lógica de la espada y la fuerza de la cruz, frente a otros sacerdotes, que se negaron a desarrollar de esa forma su labor evangelizadora.
Francisco trazó tareas e hizo protagonistas de la salvación del mundo a los más humildes y explotados, quienes pueden hacer mucho ya que “el futuro de la humanidad está en sus manos”.
En su entrega por la fraternidad y la justicia social, unió su voz a las denominadas tres T: Techo, Tierra y Trabajo para todos. Las defendió como derechos sagrados, por los que hay que luchar.
En su visita deja tres tareas fundamentales: primera, poner la economía al servicio de los pueblos, diciéndoles no a la economía de la exclusión, a la globalización de la miseria y la inequidad; segunda, unir a los pueblos en el camino de la paz y de la justicia social y, por ello, exclamó: ¡Viva por los que trabajan por la paz!
Tercera, preservar la madre tierra, cuidar la casa común de todos que está siendo saqueada, devastada y explotada impunemente, con lo que invita a estudiar y promover su encíclica Laudato Si (Alabao Seas), sobre la protección del medio ambiente.
También propuso desarrollar una ecología social, que es la ecología de la palabra; una la ecología humana, que es cuidarnos de manera conjunta y todo esto correlacionado para evitar que nos domine el paradigma utilitarista de la máxima producción.
Su visita también cobró especial significación al unir a la gente en una reflexión con respecto a la relación con la Iglesia Católica, la cual pierde a miles de feligreses en el mundo, no porque haya otras grandes iglesias, sino por los desaciertos en la conducción de sus asuntos medulares; por las actitudes de muchos obispos y sacerdotes enriquecidos y distanciados de la gente humilde.
De hecho, fue muy duro al señalar: “Los voy a bendecir sin cobrar”. Así lo probó en toda su gira porque lo suyo es una arqueología de gestos a favor de los pobres y eso le quita a la Iglesia la noción de jerarquía principesca de la Edad Media, que es como tradicionalmente se ha manejado en el Continente y que ahora Francisco busca renovar .