La gran mayoría de los cubanos que actualmente viven en la isla o en el exilio, han nacido y han vivido bajo un solo régimen, el de Fidel Castro. Nunca tuvieron la oportunidad de votar con libertad ni por él ni por ningún otro, ni siquiera por su sucesor en la dinastía hereditaria, su hermano Raúl.
Fidel Castro tomó el poder en enero de 1959, tras triunfar su rebelión contra el régimen de Fulgencio Batista. Ya fuera como comandante de las Fuerzas Armadas, presidente del Consejo de Estado, del Consejo de Ministros u otras posiciones, mandó con mano de hierro hasta julio de 2006, cuando dejó el mando a Raúl, aunque su influencia duró hasta su muerte, el pasado viernes.
La Revolución Cubana personificada en el comandante Fidel y sus barbudos compañeros de Sierra Maestra encandiló al mundo entero. Intelectuales de todos los continentes ensalzaron la gesta color verde olivo de los revolucionarios. Algunos de esos intelectuales, con el paso de los años y ante la evidencia del cariz dictatorial impuesto por Fidel, manifestaron reparos o se divorciaron abiertamente del castrismo. Otros, hasta hoy, persistieron en alabar y aplaudir lo que consideran un ejemplo de independencia y resistencia ante el imperialismo.
Tal vez el elogio más escuchado sea el de la “dignidad” castrista ante la potencia norteamericana. Para muchos latinoamericanos fue el faro ideológico para fijar doctrinas y políticas que tuvieron auge en períodos disímiles. Como bien se ha recordado, Castro se erigió como caudillo planetario y es evidente que su influencia geopolítica era desproporcionadamente mayor al peso de su propia isla en el mundo.
Muy pronto el paso de los primeros años de la Revolución Cubana y la concentración del poder absoluto en sus manos mostraron que el sistema ensalzado por las plumas más notables del mundo se iba convirtiendo en una dictadura y luego en una tiranía. Cuba se volvió una isla prisión donde pensar distinto al comandante significaba ir a las mazmorras o directamente al pelotón de fusilamiento.
Expresar libremente las ideas ha sido siempre un crimen bajo la tiranía de los Castro. Y a esa ausencia de libertad se unió la precariedad económica, que impuso condiciones de penuria a la mayor parte de la población, la que no pertenece a la estructura del partido comunista cubano.
La falta de libertad y la asfixia económica han impulsado a cientos de miles de cubanos a huir del régimen. Miles han salido nadando, a cuerpo limpio, con tal de escapar de la brutal represión.
Ante la recurrencia de los mismos elogios a la Revolución y a su líder máximo, hay que preguntar qué legó Fidel Castro a la Humanidad, y en qué mejoró las condiciones de vida de su pueblo. Las respuestas no admiten simplismo, pues el líder de torrentosa capacidad verbal cambió su país en sus inicios pero cuando se convirtió en dictador cercenó las capacidades de su gente. Como gobernante intervino abiertamente en otros países, como Colombia, buscando exacerbar conflictos sociales y patrocinando insurrecciones armadas.
Fidel era un ícono, qué duda cabe. Figura emblemática de una izquierda mundial que le perdonó todas sus tropelías y le celebró todas sus bravuconadas. Plantó cara al todopoderoso vecino del norte pero a cambio aplastó a su propio pueblo y ahorcó cualquier expresión disidente. Considerado una especie de dios por sus simpatizantes, representó la máxima expresión del déspota latinoamericano retratado literariamente por autores que novelaban describiendo a otros, pero que lo dibujaban exactamente a él.