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Europa se encuentra en pleno verano y de nuevo sus principales ciudades se ahogan por el turismo. Solo en España, este 2024 se superarán los 90 millones de visitantes, hecho que ha exacerbado la llamada turismofobia que lidera este país. La pregunta que está en el aire es cómo se puede administrar la convivencia entre el turista y la ciudad para poder controlar aquellas situaciones que alteran negativamente la vida cotidiana de los barrios.
Según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), este negocio mueve 11,1 billones de dólares que contribuyen a la economia global y es la tercera industria más grande del mundo. El sector le da empleo a 330 millones de personas que atienden a 2.500 millones de turistas, de manera que ni pensar en eliminar semejante fuente de ingresos. Pero los ánimos locales están exaltados porque se sienten como extras en su propia película pues esa ciudad que tanto han querido y en la que viven ha sido completamente tomada.
La gente se queja de que las costumbres locales están desapareciendo a medida que se extiende un gusto internacional, y mucho del dinero que se hace en los sitios turísticos no se queda allí. En 2022 más de 600 millones de personas estuvieron haciendo turismo por Europa, un número exhorbitante que desbordó los servicios, las líneas aéreas, los hoteles y las carreteras de ese continente. Dubrovnik -con una relación de 36 turistas por cada habitante-, Venecia y Brujas, encabezan el top 3 de los lugares más saturados de viajeros.
El caso español es bastante llamativo porque en ese país se ha ido desarrollando el llamado turismo de borrachera, que suele asociarse con un incremento del incivismo, de la suciedad e incluso de la criminalidad. No es raro que sus ciudadanos estén desesperados con estas experiencias y se hayan convertido en los que más protestan contra el fenómeno. En Málaga lideraron una campaña de calcomanías con mensajes hostiles que pegaron por toda la ciudad. En las Islas Canarias surgieron pintadas en las paredes que ordenaban a los turistas “váyanse a casa”. Y en Barcelona, las manifestaciones de rechazo y el acoso a los visitantes han quedado registradas en todos los medios de comunicación.
Otra fuente de preocupación en las principales ciudades europeas es el incremento de los pisos turísticos. La hostilidad expresada en las redes sociales contra este tipo de alojamientos se produce a causa de las molestias e inconvenientes que provocan. Poco a poco, el centro de las capitales ha expulsado a sus ciudadanos para dejar espacio a los turistas. Y no solo por los altos arriendos imposibles de cubrir con un sueldo medio, sino porque uno a uno, los negocios locales han tenido que cerrar para dar paso a los que ofrecen servicios a la medida de los viajeros. Un turista no necesita una ferretería, un zapatero, una modista o una floristería y en cambio sí son necesarios para la vida cotidiana de cualquier barrio.
Es claro sin embargo, que las actitudes de rechazo no solo no solucionan nada sino que perjudican a un sector que es fuente de riqueza y empleo, como ha quedado claramente demostrado. De manera que gobiernos y autoridades están en pleno debate sobre cuál puede ser la mejor solución. Unos han comenzado a limitar sus servicios e incluso la cantidad de cruceros que llegan a sus puertos, con el objetivo de bajar el número de visitantes y llevar un poco de tranquilidad a los habitantes.
Pero todos coinciden en que la mejor estrategia para luchar contra el impacto negativo de la masificación turística es atraer a un turista más sostenible que visite la ciudad por la gastronomía, la cultura, la arquitectura, los negocios, las ferias o los grandes eventos que se celebran. En la industria del turismo actual, hay quienes piensan que se debe apostar por un turista con mayor poder adquisitivo que reduzca el volumen de viajeros, pero sería interesarte estudiar un poco más el hecho de que el llamado turista de mochila suele quedarse más de 3 noches en cada sitio que visita, usa transporte público, come local y respeta la cultura, porque su interés genuino es interactuar con la gente.
Los beneficios que trae al ser humano el hecho de viajar no se ponen en duda, pero habría que hacer campañas de concientización para que quien va de turista no se deje arrastrar ni por la cultura del selfie que sólo busca la foto ni por una actitud de “aquí mando yo”. No hay que olvidar que el viajero siempre es huésped.