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Que los seguidores de Petro crean que el mandatario se merecía el Nobel de Paz, y se burlen de quien se lo ganó, es un síntoma de que podemos estar navegando en ‘La Ola’.
La historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como comedia, decía Karl Marx en uno de sus escritos. Y todo indica que Colombia, con el gobierno de Gustavo Petro, está entrando de lleno en la fase de comedia.
Fuimos testigos de otra absurda paradoja por parte del Presidente esta semana, que si no fuera porque se trata de la máxima autoridad de nuestro país, sería para echarse a reír por lo cantinflesco.
Los primeros días de la semana –tal y como ha ocurrido en otros momentos– Petro se dedicó a atizar odios lanzando ataques, esta vez, contra varias instituciones muy queridas por los antioqueños: EPM, Sura e Hidroituango. Con mensajes cargados de falsas verdades.
Muy en ese estilo de gobierno que lo ha caracterizado y que consiste en graduar cada semana a alguien como su enemigo para mantener una narrativa explosiva que le permita tomarse la agenda mediática y de redes para de esa manera cubrir de humo las ineficiencias, los escándalos de corrupción y demás anomalías de su gobierno.
Hasta ahí no era nada distinto. Pero el viernes, cuando se anunció al mundo que María Corina Machado se había ganado el Premio Nobel de Paz, por su lucha pacífica y en las urnas contra la dictadura de Nicolás Maduro, el séquito de seguidores y bodegas virtuales de Petro salió a rasgarse las vestiduras y a protestar contra el comité en Noruega que por qué rayos no le habían dado el Nobel al mandatario colombiano.
Es decir, un presidente que un día incendia las redes con ataques a instituciones clave del país y apenas dos días después pone a sus bodegas pagas y no pagas a lamentar en redes que el “líder del amor” no haya sido galardonado con el Nobel de Paz.
Aún peor, el propio Petro se dedicó expresamente a desconocer el gran coraje que ha mostrado María Corina en los últimos años para dar una batalla en defensa de la democracia contra el sátrapa de Maduro. Petro y sus devotos seguidores prefieren apoyar a quien no solo ha provocado el éxodo de casi 8 millones de venezolanos sino que destruyó la economía más rica de Suramérica, convirtiendo el petróleo en ruina y hoy además tiene a 38 colombianos detenidos. Sobre ellos Petro no se ha pronunciado en los últimos días, solo se ha dedicado a intentar desprestigiar a la nueva Nobel.
En Colombia parece ya no haber fronteras entre el disparate y la política: se vuelven una misma cosa cuando la coreografía es interpretada por tuiteros pagados con dineros públicos.
Incluso otros llevaron la comedia al punto del delirio, como Daniel Quintero, que escribió: “El Premio Nobel se lo merecía Petro por su lucha mundial contra el genocidio en Gaza y sus esfuerzos por la paz en Colombia”.
¿De verdad? ¿Por salir con un megáfono a la calle en Nueva York y pedir a las tropas de Estados Unidos que desobedezcan a Trump? ¿Precisamente al Trump que logró un primer acuerdo de paz que ha llenado de esperanza al mundo?
¿O tal vez están pensando en que se merece el Nobel de Paz por darles patente de corso a los peores criminales de Colombia con su fallida paz total? ¿O por hacer el show de subir a los capos de la cárcel de Itagüí a una tarima mientras las víctimas observaban cómo el mandatario les rendía honores a sus victimarios? ¿O será por acabar con el sistema de salud que luego del chuchuchú petrista cobra todos los días vidas de colombianos?
Es evidente que la obsesión de los seguidores de Petro y el delirio de grandeza del mandatario logran un cóctel que raya con el absurdo.
Cabe anotar, a manera de paréntesis, que Petro no pudo elegir blancos menos apropiados para sus ataques destemplados. Por ejemplo, es difícil encontrar a un colombiano que no reconozca a EPM como empresa pública ejemplo en el país. Y hay quienes dicen que en el mundo. En cuanto a Sura, ha hecho tan bien su trabajo que no solo ha salvado la vida de muchos colombianos, sino que altos funcionarios del gobierno Petro lo han reconocido y la obligaron a quedarse con la EPS. Y de Hidroituango basta decir que fue la encargada de salvar a Colombia (y a Petro) de un apagón en 2024 y será fundamental para tratar de paliar los problemas de suministro de energía que está creando el actual gobierno. ¿De verdad puede estar Petro en sus cabales cuando ataca a organismos que resultan vitales para el país?
En un colegio en California, un profesor hizo un experimento para demostrar a sus alumnos que incluso en una democracia moderna la gente puede ser seducida por el autoritarismo. Durante cinco días, impuso reglas a sus alumnos: tenían que hacer un saludo especial entre los miembros, usar un uniforme simbólico y lemas de unidad, y tenían que seguir todos las instrucciones para poder pertenecer al grupo. Al quinto día, los estudiantes ya actuaban como en una organización fascista: denunciaban a quienes no obedecían, excluían a los “no miembros” y seguían ciegamente las órdenes del profesor.
El docente detuvo el experimento. Pero en la película “La Ola”, de 2008, el experimento no se detiene y se convierte en una fuerza descontrolada, con exclusión, fanatismo y violencia.
Que los seguidores de Gustavo Petro crean que el mandatario se merecía el Nobel de Paz, y se burlen de quien se lo ganó, es un síntoma de que podemos estar navegando en “La Ola”. Porque hoy las olas se organizan en hashtags, en likes, en fanatismos nuevos..