El partido de ayer entre Marruecos y Francia, con el cual Francia pasó a disputar la final del Mundial de Qatar este domingo contra Argentina, no fue solo una muestra de buen fútbol, sino también una oportunidad para reflexionar sobre los efectos positivos de la migración.
La alineación de los equipos podría dar para una cátedra completa. Catorce de los veintiséis jugadores seleccionados por Marruecos para este Mundial nacieron fuera de este país africano, más del 50%, la mayor proporción de cualquier otro equipo disputando esta Copa del Mundo. Achraf Hakimi, el capitán que anotó el penalti de la victoria frente a España, nació en Madrid. Amrabat, su mediocampista central que parece ocupar toda la cancha, nació en Países Bajos. Sofian Boufal, el picante extremo izquierdo que nos ha deleitado con sus desbordes este Mundial, nació en París, Francia. Y el arquero Bono, que fue clave para llegar a la semifinal, nació en Canadá.
Por el otro lado está la selección francesa, que lleva años cosechando éxitos de la mano de sus estrellas de origen migrante. Zinedine Zidane, el legendario mediocampista que llevó a Francia a la gloria en 1998 y casi logra repetir la hazaña en 2006, es de ascendencia argelina. Mbappé, su delantero estrella y llamado a ser figura de este Mundial, es hijo de camerunés y argelina. Lo mismo podríamos decir de estrellas como Dembelé (padre de Malí y madre de Senegal), Tchouméni (padres de Camerún), Konaté (padres de Mali, o Upamecano (padres de Guinea-Bissau): es imposible hablar del éxito de la selección francesa sin mencionar el impacto que la migración ha tenido en la escuadra. Tan solo cuatro jugadores tienen sus dos padres nacidos en Francia: Giroud, Rabiot, Pavard y Veretout.
El caso marroquí, sin embargo, muestra una nueva faceta de la migración, es muy distinto de la migración a la que estamos acostumbrados a ver en el fútbol. Aquí estamos hablando de jugadores que, a pesar de haber nacido y crecido en Europa, deciden jugar en el país de sus padres. Muchos lo hacen por un sentido de identidad con su origen, con el que conservan estrechos vínculos a pesar de haber nacido al otro lado del Mediterráneo. Otros lo hacen por mera estrategia: Boufal -por poner un ejemplo- muy probablemente no sería considerado para selección francesa, donde abundan las estrellas en su posición.
Aún así, el efecto que ha tenido esta “migración a la inversa” no es para nada menospreciable: logró que un país africano fuera por primera vez semifinalista de la Copa del Mundo. Porque está demostrado que la migración no solo tiene efectos en los países que la reciben, sino también en los países de donde emigran: si hasta ahora los migrantes se caracterizaban por mandar remesas a sus países de origen, ahora también están devolviendo grandes jugadores de fútbol.
El duelo de ayer es una bella fotografía de una realidad globalizada: una Francia con raíces en Africa y un Marruecos nacido en Europa. Son varias las interpretaciones que pueden darse de este duelo. La primera, por supuesto, la demostración de que la migración le aporta al país que la acoge con los brazos abiertos. Los dos mundiales que Francia ha ganado ha sido gracias a los migrantes, y una nueva camada de jugadores de diversos orígenes lo tiene ad portas de ganarse la tercera corona.
En segundo lugar, la novedad ahora es que las generaciones nacidas en otros territorios, de padres migrantes, parece que no olvidan de dónde vienen. No deja de sorprender que 136 de los jugadores de este mundial lo hicieron en representación de países distintos al que nacieron. Esa cifra da una idea de que el significado de una patria o una bandera ahora puede llegar a ser muy diferente al de antes.
El tercer punto es tal vez el que nos deja una lección más interesante: un jugador de origen marroquí (o de cualquier otro país de África) que se crió en Europa tuvo probablemente acceso a una mejor alimentación, a un mejor sistema educativo, a una mejor infraestructura deportiva, a un mejor sistema de reclutamiento y en general a una mejor formación.
Tener grandes jugadores y grandes equipos no se logra solo construyendo estadios, también se necesitan instituciones fuertes, sistemas democráticos consolidados y un sistema político que dé la libertad de elegir. No de otra manera se explica cómo este puñado de jugadores africanos o de origen africano a pesar de tener todas las condiciones físico atléticas hasta ahora solo logran ser campeones bajo el paraguas de un país con instituciones sólidas como es Francia.
O como Marruecos logra llegar a la semifinal con jugadores que nacieron y crecieron en Países Bajos (4); Bélgica (3); Francia (3); España (2); Canadá e Italia (de a 1).
Cuando Francia ganó su primer Mundial, en 1996, el presidente francés Jacques Chirac aprovechó para convertir ese triunfo en una bandera: “Esta selección tricolor y multicolor ha dado una imagen hermosa de Francia y su humanidad”