Contra todos los pronósticos, el primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, había logrado con relativa rapidez un nuevo acuerdo con la Unión Europea (UE) para llevar a cabo el Brexit. Con esto, si el acuerdo era ratificado por el Parlamento, se cumpliría la fecha prevista del 31 de octubre para que ese país saliera de la UE.
Sin embargo, como la experiencia lo índica, en el Brexit todo puede pasar y a ese éxito le siguió una derrota. Al llevar el acuerdo al Parlamento el sábado pasado, Johnson se vio obligado a pedir un nuevo aplazamiento a la UE. Una vez más el doloroso divorcio se debió prorrogar, porque el Gobierno no pudo lograr que el parlamento británico pusiera punto final a la primera fase del Brexit.
La razón parece muy técnica. Una mayoría de diputados (322 contra 306) votó por una enmienda que aplaza la decisión sobre el acuerdo, hasta que las leyes necesarias para que se lleve a cabo sean aprobadas en el Parlamento. Para Johnson, lograr el Brexit antes de la fecha límite es un punto de honor y la enmienda lo impide. Su primera reacción fue anular la votación prevista para aprobar el acuerdo. Pero, en todo caso, el golpe sobre el capital político del primer ministro fue importante. Las fuerzas antiBrexit conformadas por los Verdes, los liberales demócratas, los laboristas y los conservadores escoceses lo pusieron contra la pared.
A pesar de la renuencia de Johnson para pedir una tercera prórroga, se cumplió lo que un sector de la prensa afirmaba. En las condiciones que creaba el poco tiempo que había para la discusión sobre las leyes de salida, el primer ministro tuvo que acudir a Bruselas para solicitar un nuevo aplazamiento de la fecha, y así evitar el riesgo de que esta se diera sin que dichas leyes estuvieran vigentes. Finalmente, hizo a regañadientes la petición de aplazamiento el sábado por la noche, una acción que inició el proceso de consulta con los dirigentes europeos, quienes pueden decidir conceder unas semanas para resolver detalles técnicos del acuerdo o un plazo más largo para permitir unas elecciones generales o incluso un nuevo referendo.
Pueden pasar muchas cosas esta semana que comienza. El gobierno encabezado por Johnson tiene la intención de forzar una nueva votación sobre el acuerdo. Tiene argumentos para hacerlo, aunque son discutibles. Un punto es que la UE puede no aceptar un nuevo aplazamiento del Brexit. Otro es que lo más conveniente es hacer una votación que proteja el acuerdo, el llamado voto significativo que perdió Theresa May en tres ocasiones. En todo caso, la decisión de hacer una votación sobre un tema ya considerado es facultativa del portavoz del Parlamento.
Después de tres años de haber votado el Brexit el descontento crece entre los británicos. Para muchos, el gobierno manejó mal el tema y Johnson, que era considerado la salvación, está en serias dificultades para lograr cambiar esa percepción, con lo cual el temor de un mal Brexit está aumentando. En las calles, mientras tanto, sigue la presión de los proeuropeístas para que se convoque a un nuevo referendo. Eso indica que nada está resuelto en este tema tan importante para Europa, Gran Bretaña y el resto del mundo, la incertidumbre continúa, y en momentos en que la economía global desacelera ese es el peor de los escenarios. Ojalá los políticos entren en razón.