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Algo huele mal

Lo que está en juego no es únicamente el futuro de varias empresas antioqueñas que están ligadas al desarrollo de Antioquia y el país entero, sino también una filosofía de hacer negocios.

29 de marzo de 2023
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En Don Julio Mario, la biografía no autorizada de Julio Mario Santo Domingo, el periodista Gerardo Reyes relata de forma minuciosa cómo el empresario cortejó con su estilo de vida de Jet-Set a Alberto Samper – el entonces gerente de Bavaria – hasta convencerlo de que la empresa que dirigía comprara Cervecería Águila a cambio de acciones de Bavaria. Una operación que “ni los herederos de la fortuna del fundador de Bavaria, Kopp, se explican”, según relata Reyes en su libro.

Gracias a esta participación como accionista minoritario, Santo Domingo luego llegó a controlar la junta directiva de la empresa apelando al uso irregular de los llamados “poderes de ventanilla” en las asambleas de Bavaria, una antigua costumbre de elegir a los miembros con poderes firmados en blanco por accionistas minoritarios y desorientados. El resto fue historia: usando el mismo esquema para apropiarse de otras sociedades anónimas, Santo Domingo trascendió como el empresario más poderoso de Colombia.

También está la historia de Jaime Michelsen Uribe y el Grupo Grancolombiano, un poderoso banquero que, por medio de autopréstamos ilegales, apalancó el crecimiento de su conglomerado por medio de agresivas tomas hostiles hasta llegar a ser uno de los empresarios más ricos del país. Por sus prácticas irregulares, Michelsen eventualmente terminó preso, en lo que fue uno de los escándalos bursátiles más grandes de la historia del país.

Las historias de Michelsen y Santo Domingo son un símbolo de episodios turbios del país de ese entonces: algunos empresarios que, con engaños, abusaron de los accionistas minoritarios y lastimaron el modelo de la sociedad anónima en Colombia, un modelo democrático de propiedad del capital donde ricos y pobres eran dueños de las empresas.

Desde ese momento, hace cuarenta años, los cacaos paisas se inventaron la figura del enroque entre Argos, Nutresa y Sura, un sistema de propiedad cruzada en las empresas que las blindó contra los intentos de tomas hostiles irregulares. El resultado hoy en día son unos conglomerados de propiedad democrática y despersonalizada conformados por más de 125 firmas que tienen presencia en todo el continente americano y que, según estimados, podrían representar ingresos consolidados por hasta el 7% del Producto Interno Bruto (PIB) del país y casi 100 mil empleos.

Es algo irónico que, actualmente, esa estructura de propiedad que nació como método para defenderse de tomas hostiles, esté amenazada por una actuación que parece estar tomando como ejemplo esos mecanismos de antaño. Algo huele mal en todo lo que ha pasado entre los Gilinski y las empresas del denominado Grupo Empresarial Antioqueño: pareciera que el banquero está dispuesto a hacer lo que esté su alcance para conseguir en los estrados un control que no ha podido comprar a través del mercado.

Gracias a una celeridad sospechosa por parte de funcionarios de la Superintendencia de Sociedades, los Gilinski pretenden presionar para que se adopten decisiones que les entreguen el control de las compañías que no pudieron adquirir en sus últimas ofertas públicas, en sus famosas OPA. En el caso Nutresa, por ejemplo, pretenden, por medio de demandas, desconocer los derechos a voto de Argos y Sura para ellos quedarse con el control a pesar de que tienen apenas una participación del 30%, lo que representaría un desconocimiento completo al derecho legítimo de votar en asamblea que tienen los demás accionistas. Y peor todavía: por medio del control de la junta de Nutresa, podrían tener la participación suficiente para tomar la mayoría en la junta de Sura, lo que en consecuencia les permitiría tener mayorías en la junta de Argos. Un combo 3x1 para tomar determinaciones por todas las empresas del grupo sin reconocer una prima de control a los demás minoritarios, un exabrupto que se agrava cuando se tiene en cuenta que las últimas tres ofertas por Grupo Sura y Nutresa fueron declaradas desiertas.

Algo huele realmente mal en toda esta situación. ¿Cómo es que se podría considerar en el mejor interés de las sociedades que sus administradores gasten su tiempo preparando y yendo a asambleas extraordinarias en vez de estar concentrados en sus negocios? ¿Qué rol está jugando la Superintendencia de Sociedades en todo esto? ¿Por qué a los expedientes de los procesos contra Argos, Nutresa y Sura se les dio el trato de reservados hasta el último momento? ¿Por qué los tiempos de las demandas en la Superintendencia se han movido de forma tan veloz y alineada con los intereses de los Gilinski? ¿Por qué el Superintendente de Sociedades, Billy Escobar fue de los únicos altos cargos del ejecutivo que fueron ratificados por el presidente Petro? ¿Está el presidente Petro al tanto de todo lo que está pasando?

Lo que está en juego no es únicamente el futuro de varias empresas antioqueñas que están ligadas al desarrollo de Antioquia y el país entero, sino también una filosofía de hacer negocios. Muestra del cariño y arraigo que ha generado esta forma de hacer empresas fue la multitudinaria marcha realizada ayer por empleados de Nutresa, Argos y Sura, pidiéndole a los organismos competentes que en todo este asunto se garantice “juego limpio”: son compañías con prácticas que resuenan en todos sus grupos de interés, no solo sus accionistas.

Desde este periódico hacemos un llamado a que se respeten las reglas del juego, y que el final de esta historia no sea una vuelta a los abusos empresariales del siglo anterior: no todo pasado fue mejor. .

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