El asedio de Waco es un suceso célebre en la historia de la violencia en Estados Unidos. En 1993, la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, ATF, intentó realizar un allanamiento en la propiedad de un culto religioso conocido como los Davidianos. Se creía que entre los miembros de la secta se presentaba abuso sexual y pedofilia. Además, el grupo estaba fuertemente armado. Cuando las autoridades llegaron se desató un tiroteo que dejó nueve muertos repartidos en ambos bandos y empezó un largo asedio por parte del FBI, la ATF y la Guardia Nacional. Después de 51 días y negociaciones que fracasaron, las autoridades ingresaron por la fuerza, intentaron hacer salir con gases lacrimógenos a los davidianos y vieron cómo el fuego que se desató consumió la totalidad del edificio. 75 personas murieron en el asalto, entre ellas 25 niños y el líder de la secta, David Koresh. La versión oficial decía que el incendio había sido provocado por los davidianos, que fue un suicidio en masa como los que acostumbran a realizar este tipo de grupos religiosos. Los sobrevivientes fueron enviados a prisión, pero a los pocos años recuperaron su libertad y pudieron contar su versión de los hechos.
Una de estas versiones quedó consignada en el libro de David Thibodeau, Un lugar llamado Waco: historia de un sobreviviente, que sirvió de base para el guion de la miniserie que cuenta los pormenores de la masacre. Porque no se puede calificar de otro modo lo ocurrido con ese culto religioso, fue una masacre transmitida en vivo cuyos culpables quedaron con la investidura de héroes. Pero el punto de vista de la miniserie no se reduce a la versión de Thibodeau, también utiliza la narración del agente negociador del FBI, Gary Noesner, interpretado magistralmente por Michael Shannon. Noesner también escribió sus memorias y contó la versión de lo que ocurrió del lado de la ley. Lo escalofriante es que las dos versiones coinciden.
Por un lado, vemos a un grupo religioso acorralado no solo por las autoridades sino por su propio fanatismo, la fe ciega depositada en un líder que decía ser el cordero de Dios, una antena de comunicaciones celestial que captaba directamente los mandatos divinos. Por el otro lado, vemos la miopía de hombres de ley cansados de esperar, cansados de no disparar sus armas, hartos de ver demoras en ese heroísmo tan americano que se vende tan bien en los canales de noticias. Entre estos dos polos alcanzan a perfilarse los rostros de los indefensos: ancianos, mujeres y niños que quedaron atrapados en un fuego cruzado letal.
La serie, emitida en Paramount Network, no omite señalar las conductas cuestionables del culto. El líder profesaba una doctrina en la que todos los hombres debían ser célibes y renunciar a sus esposas, pues al ser el cordero de dios, Koresh era el único con el privilegio de engendrar una progenie, era el que debía asumir la carga de la sexualidad por todos los demás, así implicara asumir el sacrificio de casarse con mujeres de 14 años.
Sin embargo, la trama narrada en seis episodios hace énfasis en los abusos de autoridad por parte del FBI, la tortura psicológica a la que sometieron a la comunidad durante 51 días y las medidas extremas que a la larga terminaron con la muerte de 75 personas. Las cortes y todo el aparato estatal estadounidense se puso en marcha para contar la versión más conveniente. No contaron con que en ambos bandos quedarían testigos que encontrarían la forma de hacerse escuchar: los relatos de Thibodeau y Noesner surgen como una sola voz, la de un testigo que enarbola todas sus agallas para escapar del asedio de la barbarie.