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La mejor escena de Cómplices del engaño es tan graciosa, tan rápida y con tan buen ritmo, que parece de una comedia alocada de los años cuarenta. En ella el personaje principal, un profesor de sicología y filosofía llamado Gary, que se hace pasar por un asesino a sueldo llamado Ron, utiliza la pantalla de su celular para avisarle a Madison, la chica guapa que tiene enfrente, enojada con él porque descubrió su doble identidad luego de un par de semanas de intenso romance, que debe decir en voz alta frases distintas a las que piensa para poder engañar a quienes los están escuchando por un micrófono que él esconde en su ropa, intentando culparla de un crimen que ella, para que el enredo se complete, sí cometió.
Es tan complejo y entretenido como se lee, para fortuna nuestra. De los adultos que todavía vamos a cine, quiero decir. No se puede esperar menos de un tipo como Richard Linklater, uno de esos pocos verdaderos directores autores que queda en Estados Unidos, de la estirpe de John Ford, cuya impronta se nota en todo lo que haga, sin que importe si es un proyecto con vocación comercial, como éste, o una historia más personal, como la trilogía que comenzó con Antes del amanecer o esa pequeña maravilla que es Boyhood, que podrían ir a ver a Netflix ya mismo, apenas terminen de leer este texto.
Linklater toma la idea central de un reportaje que leyó hace más de dos décadas en el Texas Monthly sobre un investigador de la policía que llevaba una vida normal pero que fingía ser un asesino a sueldo para que quienes intentaban contratarlo fueran capturados por planear el crimen, y le agrega una trama romántica que se apoya en la indudable química entre Glen Powell y Adria Arjona, sus protagonistas. Nada más. No hay efectos especiales asombrosos, ni secuencias de acción “nunca antes vistas”, ni monstruos creados por computador o maquillajes que quitan el aliento. Y es una maravilla que no haya nada de eso, porque cada vez es más difícil encontrar en cartelera una película que no precise más que el encanto de las estrellas que lo protagonizan y una buena historia para ganarse a su público. Tal vez por esa economía de medios, que le permitió hacerla con un presupuesto modesto, Linklater no intenta que su película sea clasificación todos e incluye escenas de sexo lo suficientemente eróticas como para alegrarnos la vida, en este cine comercial cada vez más pacato y políticamente correcto.
Pero de todas las cualidades que tiene Cómplices del engaño (muy mala la traducción del original Hit man) la que más habría que resaltar es su falta de moralismo y de afán de bondad. Linklater sabe que hay películas que sólo se hacen para divertir, que no tienen que ser tontas para lograrlo, y por eso incluyen buenos diálogos, pero tampoco necesitan castigar las malas acciones o dejarnos lecciones éticas cada tres escenas. ¡Que descanso poder recomendarle una película a un amigo para que pase el rato! ¡Qué felicidad que Linklater se atreva a ser novedoso haciendo un hit como los de antes!