En una columna anterior, ofrecí una selección de primeras temporadas que me atraparon desde el primer capítulo y me obligaron a entregarme a maratones que se prolongaron durante horas. La selección de hoy obedece a las series que más disfruté durante todo el año. En un top sin un orden específico, no hay ganadoras y tampoco ninguna está relegada al último lugar.
Menciono a The Americans porque hablar de ella en este momento tiene el color de la nostalgia y el tono de una despedida. Este año se emitió su última temporada. La pareja de espías rusos que fingió durante cinco años ser una típica familia americana llevó hasta el límite sus encrucijadas morales. La trama de ritmo sosegado sabía explotar en los momentos más inesperados, revelando fisuras a través de las cuáles se podían ver los sistemas nauseabundos sobre los que se fundamentan la política y la guerra.
La segunda temporada de Westworld, justamente, mostró la guerra total entre robots y humanos. O ya ni siquiera robots, pues los seres artificiales que habitan en esta historia son de carne y hueso, sangran, sufren y pelean a toda costa por su libertad. Las reflexiones que subyacen en esta trama futurista cuestionan la condición humana y plantean los nuevos caminos por los que puede evolucionar la vida espoleada por la tecnología.
Otra distopía memorable es El cuento de la criada. En su segunda temporada, exploró los horrores de una sociedad retrógrada que esclaviza a las mujeres y esgrime la religión como un paradigma moral inviolable en el que los hombres son absolutos privilegiados. La realidad de la serie parece distante, pero si se hace el recuento de las coyunturas actuales, no lo es tanto.
Maniac también queda incluida como una serie de ciencia ficción que embelesa por la atmósfera onírica de sus capítulos y la frenética trama que plantea. Emma Stone y Jonah Hill son protagonistas con una química paradójica, pues se atraen y repelen al mismo tiempo. La serie surge como una forma novedosa de narrar la locura adentrándose en los pasadizos más sinuosos de la mente.
Ozark y Better Call Saul quedan emparentadas en esta lista por el adn criminal que las compone. La primera recuerda el camino de perdición que recorrió Walter White en Breaking Bad. La segunda es una precuela que ha sabido independizarse de su matriz original. En ambas, el desfile de maleantes demuestra que es posible contar historias de villanos sin héroes.
La miniserie Patrick Melrose merece un lugar por la fina interpretación del actor Benedict Cumberbatch. Su personaje lo obliga a proyectar muecas de locura que en ningún otro rostro serían posibles. La trama de una rancia aristocracia que fustiga sin clemencia a sus niños es más aterradora cuando advertimos que es basada en hechos reales narrados por el escritor Edward St. Aubyn.
The Terror fue una sorpresa espantosa que, junto a La maldición de Hill House, impartió cátedra sobre cómo contar bien una historia de horror. Espectros y monstruos pueblan las tramas de ambas series pero el verdadero origen del espanto no es externo, habita en el corazón de los hombres. The Terror es una fantasía histórica que nos recuerda las facetas misteriosas que todavía existen en nuestro mundo.