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Te extrañamos, Sabina

17 de marzo de 2020
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Cada canción es un libro abierto, una llamada telefónica al contestador de la memoria. Cada canción son los recuerdos que nunca olvidaremos, el rostro del abuelo y la sonrisa de un niño. En cada canción está la vida. Y si hablamos de artesanos de la canción, de cerebros únicos que le han dado la vida a ese sustantivo abstracto y maravilloso que nos cambia la existencia, hay que recordar al escritor de canciones que ha aprendido a envejecer, al dueño de los excesos literarios, de la mística rocanrolera, la voz de cigarrillo, tono de mezcal y la bohemia con olor a rosas y amores eternos.

Sabina es un hacedor de canciones imparable, un incontinente artístico y el dueño de cientos de historias musicales que hoy debemos honrar y recordar. Debo confesar además, que mi gusto por Joaquín Sabina es muy reciente, de un par de años nada más, pues antes para mí era denso, complejo de escuchar y hasta molesto. Hoy, no paro de entenderlo y apreciar cada uno de sus renglones poéticos e irreverentes.

Joaquín, tan joven y tan viejo, ha escrito las más bellas canciones de amor, ha dedicado años a pulir su voz trasnochada, valiente, y ha logrado engalanar historias propias y ajenas, con rótulos bellísimos dictados por un corazón que cuando canta late más fuerte.

Todo eso quizá, viene de ser hijo de un oficial de policía que escribía sonetos y romances, y de una enamorada ama de casa; o quizá, de las osadas interpretaciones con su primera banda de rocanrol, Merry Youngs, una reunión de adolescentes que versionaba a Elvis, Chuck Berry y Little Richard; o probablemente por escribir versos y sonetos desde los catorce años, influenciado por su padre y por las complejas enseñanzas de libros de Fray Luis de León, Jorge Manrique y José Hierro, mezclados con Proust, Joyce, Marcusse; o directamente por la osadía de querer escribir la canción más hermosa del mundo y, además, lograrlo.

Sabina es un grande, no lo digo yo en este texto, lo dicen los que lo escuchan, los que lo aman, los que lo odian y hoy incluso le rezan. Sabina es un grande que ha influenciado a los más grandes, al mismos Serrat y Perales, a los del rock and roll y flamenco, a los que no lo nombran pero lo conocen. Porque es culpable de la memoria viva de la dama del poncho rojo en su canción inolvidable, porque es responsable de la nueva vida de artistas, pongamos que hablamos de Drexler, y porque sentirlo ausente, sin su voz gastada y melancólica, sin su sombrero bombín, sin su sonrisa madura y sus alas negras, es motivo para extrañarlo y decirle que vuelva pronto para volver a cantar.

Y como para extrañar a un extraño solo sobran motivos

Me atrevo a escribirle a Sabina como si fuera un amigo

es momento de decirle a Joaquín

Que ya no es ningún flaco de úbeda

Sino el vecino que más estimo

Que si se pasa por acá otro rato y se para de la cama

Yo le aplaudo las canciones, la compañía y los vinos

También le digo que lo extrañamos como a un extraño y lo cantamos en el camino

Extrañamos a Joaquín, el de casa y amor de canción, y también a Sabina, el de escenarios, luces y aplausos. Extrañamos a Sabina, a Joaquín y viceversa, al fin y al cabo, al acabar la canción, extrañaremos al mismo Sabina.

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