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06 de junio de 2015
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Hay una escena en “Las nubes de María” que revela la complejidad de su personaje principal. Durante varias secuencias previas, Maria Enders, la actriz famosa que encarna la famosa actriz Juliette Binoche, ha estado hablando de cuánto le desagrada Henryk Wald, un colega del que se enamoró cuando era una joven intérprete apenas comenzando en el cine. Hasta intenta cambiar de puesto para no quedar a su lado en la cena que han organizado en honor del dramaturgo y director Wilhelm Melchior, quien le dio a María su primera gran oportunidad actuando en una obra llamada “Maloja snake”, razón por la cual ha sido invitada al homenaje. Cuando la cena acaba, cuando ella rechaza la última copa que Henryk le ofrece tomarse en su cuarto, ella le da un papelito con el número de su propia habitación en otro hotel. La veremos esperando que el teléfono suene avisando que Wald quiere subir, no sabemos si para dejarlo pasar o para no permitirlo y darse ese gusto. ¿Quién podría saberlo?

Esos cambios de opinión, de humor, no son los de una mujer odiosa o terrible, como habría sido fácil caracterizar a Maria manteniendo el cliché de las divas de la actuación. Son los de una intérprete sensible que sigue haciéndose preguntas y cuestionándose tanto los motivos de sus personajes para hacer lo que hacen como las razones propias para aceptar o no un papel. Estas reflexiones se profundizan por una serie de acontecimientos personales, entre ellos, que le ofrezcan volver a actuar en “Maloja snake” pero esta vez haciendo del otro personaje de la obra, una mujer madura a la que una jovencita (ella misma cuando empezó) de la que se enamora, le hace perder la cabeza. Será en su preparación para esta obra en Sils Maria, el bello sitio mencionado en el título original de la película, cuando todo se torne todavía más difícil, pues la asistente que le ayuda a ensayar es, de muchas maneras, tan importante e influyente en su vida, que nos encontramos como espectadores confundiendo constantemente ensayo con diálogo real, a sabiendas además, de que esa realidad también es una impostura.

Muchos niveles de reflexión conseguidos gracias a un guión profundo y complejo, que sabe usar el entramado de la obra y los ensayos y el mundo de la actuación y el cine, para tocar temas como los cambios de ideas que genera el paso del tiempo, la muerte o la trascendencia de lo que hacemos. Una meditación que la película logra sin caer en el tedio, gracias a las actuaciones maravillosamente competentes de Binoche y de Kristen Stewart, quien encarna a la asistente de Maria con una versatilidad y un naturalismo que habíamos olvidado que tenía de tanto verla, pálida y desganada, en “Crepúsculo”.

¿Qué personaje somos? ¿Qué personaje fuimos? ¿Qué tanto de lo que somos es impostura? ¿Cuánto de lo que fue impostura alguna vez ahora es lo que somos? Olivier Assayas no pretende tener las respuestas. Le basta con que nos hagamos las preguntas e intentemos responderlas. A nosotros también debería bastarnos.

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