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Silencio: entra a escena Teatro del Presagio, de Cali

28 de agosto de 2015
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Infográfico
Silencio: entra a escena Teatro del Presagio, de Cali

Esta puesta en escena se nos presenta como una alegoría metateatral, esto es, el llamado teatro dentro del teatro, pero es Teatro con mayúsculas. Por los pergaminos de la Maestra -ídem con mayúscula-, Aída Fernández, y de Gabriel Uribe (ambos actores del viejo TEC (Teatro Experimental de Cali) de los años sesenta y setenta, bajo la férula del Magistral Enrique Buenaventura, secundados por Gonzalo Basto y Camilo Villamarín.

Diego Fernando Montoya imprime de tal modo en su dramaturgia y en su ajustada dirección, carácter a los personajes (Madre, Padre, Hijo y Hombre oscuro) que gracias a unas actuaciones frescas y contenidas, dominan los diversos puntos de cambio de la acción dramática, saben poner freno al límite de la katharsis.

De entre el entramado de conflictos que plantea la creación teatral en nuestro medio, está el de la propia sobrevivencia del hecho teatral, efímero por naturaleza. Como una ínsula, el teatro se debate por ser epicentro del conflicto, es lo dramático de su permanencia. Teatro del Presagio asume ese riesgo. Ante la amenaza de lo improductivo, emerge esta propuesta que (huelga decirlo, lleva más de quince años en repertorio), mantiene su vigencia.

Sin arredramientos cuestiona el sentido de su arte y del compromiso vital. El teatro esta sitiado, a merced del fuego cruzado. El llamado conflicto urbano amenaza con tomarse la sala, se resiste, cuestiona el cerco, se detiene una y otra vez antes de proseguir, es en esa resistencia donde retoma el segundo aire y alza vuelo su poética. De allí, el Silencio, el nombre de la pieza.

“Hay hombre que se me antojan faunos... su valor, si lo tienen, no está en ellos sino en su acto de comunión con nuestro silencio... el encantador estruendo del silencio inagotable”, dice el autor en Esas extrañas y hermosas bestias, su poema en prosa.

Como un tinglado se dispone la escena. Una gran puerta al fondo brinda la referencia del afuera, la amenaza latente, el acecho. Maletas, adentro, insinúan la latencia de un viaje, el escape, la huida. Es máxima la tensión que corre por los cuerpos de los actores. Mitad faunos, mitad fieras en reposo. El relato premonitorio que se entrecruza como dato fatal. Una bomba de goma inflable estalla en el justo momento de una detonación.

Así, por delgados filamentos transcurre y discurre la pieza teatral. Un grito congelado, desgarrada visión espectral del padre, la madre y el joven, bajo el alma de la puerta, imagen recurrente como un flash de la memoria.

Y el drama al interior de la obra misma ¿cómo abordarla? El miedo secular del creador a claudicar antes de tiempo, a sucumbir ante lo anodino y anecdótico, la tentación del “éxito”. Intenso forcejeo con el afuera, la núbil presencia de lo cotidiano que puede dar al traste con el sueño de la ficción. De nuevo el sueño frustrado del hincha que ahoga en su garganta el grito de goool. La selección de fútbol, la patria, yace derrotada.

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