Cuando uno quiere referirse a Patricia Teherán, indiscutiblemente debe hacer un repaso por la historia musical y popular de Colombia, debe pensar en la liberación, en la valentía, el desamor, en el empoderamiento, en la calidad vocal y las historias sinceras, las que en el pasado se vivieron, dolieron y hoy, en el presente, inspiran. Pensar en la costa Caribe de Colombia, en la caja, guacharaca y acordeón, en el pescado con arroz de coco, en las olas que vienen y van, en las voces ocultas, mágicas, brillantes, potentes, sobrenaturales que se deben recordar y nunca olvidar. Cuando uno quiere referirse a Patricia Teherán, indiscutiblemente se debe pensar en la mujer que partió la historia del vallenato en dos.
Patricia nació en Cartagena, un día 10 del mes seis, en el año en que el hombre por primera vez pisó la luna, o eso dijeron y hasta hoy es una duda. Nació en el calor de un hogar costeño conformado por Luz Romero y Carlos Teherán, sí, Teherán como la ciudad capital Iraní. Por su padre, nació su pasión por la música, pues él tocaba muy bien el acordeón y escuchaba a diario cuanto vallenato se le atravesara.
Todo esto fortaleció el corazón musical de Patricia y la enrutó como un presagio mandando desde el fuelle más viejo del acordeón más mágico de todos. Patricia empezó a cantar.
Conoció a Graciela “Chela” Ceballos, una acordeonera de renombre, que además interpretaba la caja, guacharaca, guitarra, bajo, el piano y las congas y que venía de Barrancabermeja en Santander, con la idea de formar una agrupación de chicas que hicieran vallenato, que representaran esa otra pulsión femenina del sonido costeño. Y fue gracias a ella, a su impulso y a su influencia, que Patricia empezó su primera incursión musical en una agrupación distinta, propositiva y además con el símbolo de pioneras bajo su nombre, “Las Musas del Vallenato”. El primer concierto de esta agrupación fue en la Universidad de Cartagena, allí los estudiantes las rodearon, las aplaudieron, las cantaron y las montaron en un trono que siempre estuvo asignado para los mismos. Con Las Musas, Patricia hizo escuela, mostró su voz, y juntas, las mujeres que integraban las musas, se hicieron eternas.
Luego de las Musas del Vallenato, siguió para Patricia otro reto, no solo como líder frente a la banda, el micrófono y los fanáticos, sino un reto vocal y compositivo. Y ahí, nacieron “Las Diosas del Vallenato”, otra agrupación de chicas que vestidas de minifalda, con maquillaje en sus rostros y manos en los instrumentos, construyeron un legado de un vallenato diferente, con historias reales y con un sonido inconfundible. La voz de Teherán fue fundamental.
Canciones como Me dejaste sin nada, Tarde lo conocí, Volví a fallar, Quiero amarte otra vez, entre otras, demostraron que esa hegemonía podía cambiar, que la mujer podía hacer parte de una escena liderada por hombres, que ese grupo de chicas sonrientes, con cabellos bien peinados y colorete en los labios y mejillas, harían canciones que pasarían a la eterna historia.
Y ahí estaba la voz de Patricia, mientras sus musas, mientras sus diosas, respaldaban su voz, con bailes al ritmo de los que despechados frente a ellas cantaban.
Su historia fue corta, pero su legado eterno, pues un accidente automovilístico acabó con su voz, con sus risos color oro, con sus historias reales y despechadas, también con su corazón, que en poco tiempo se logró convertir en el acordeón de una diva de un vallenato eterno.