Mueve los dedos con rapidez sobre el requinto, como si fuera un niño con una golosina que está a punto de acabar. No mira las cuerdas, no porque sea un mal presagio, sino porque prefiere bailar. Sonríe, cierra los ojos y abre la boca grande para cantar. Su traje, un esmoquin elegante color oscuro con una corbata roja, su cabello está impecablemente peinado y su banda atrás lo acompaña. Él baila, mete su requinto entre las piernas y simula ser el jinete de un caballo que galopa en la trocha del folclor colombiano. Y él, rebelde y risueño, cambió un surco de la historia tropical y puso a bailar con un requinto rocanrolero a todo un país.
Torero y cantor, así el anhelo de su padre haya sido que su hijo fuera marinero, pero antes de entrar a la base naval de Cartagena, don Noel Esteban Petro Henríquez se devolvió, tomó una guitarra y se quedó cantando para siempre, a fortuna nuestra.
A los 19 años, con algunos amigos, formó el popular Trío Latino, y ese fue el inicio de nuestro querido Noel Petro. Su requinto que hasta ahora no deja de sonar.
Y, ¿por qué se menciona tanto al requinto? Porque fue su arma letal, su manera de ser rebelde, de ser rockero entre las mieles del sabor, entre las palmeras tropicales y los dioses del güiro y los timbales. El requinto de Noel Petro fue la posibilidad de entender el baile y el folclor con ese toque rock que siempre tuvo en su sangre.
A Noel lo hemos conocido como El Burro Mocho, y ese apodo viene de muchos años atrás, pues con tan solo meses de nacido, su madre, Catalina Henríquez, se transportó desde Buenos Aires Córdoba, hacia Cereté a lomo de burro. Cinco horas de paisajes, trochas, calor e incomodidad. Luego, el pequeño Noel se convirtió en todo un adiestrador de burros, los montaba a pelo, los ponía a correr velozmente, y se convirtió en el vaquero de los burros. Y como la adolescencia no pasa de largo sin que uno se haga a un apodo a la fuerza, fue ahí la oportunidad perfecta para adquirir ese singular nombre que hoy, con 85 años, lo sigue acompañando.
Su fama empezó con el auge de la música tropical en Medellín, en los años cincuenta, cuando los grandes músicos colombianos estaban haciendo canciones que cambiarían nuestra vida para siempre. Ahí empezó el Burro, en el edificio Junín, en la capital antioqueña. Grabó dos canciones que se volvieron imprescindibles, no solo para su historia, sino para la de todos nosotros: Cabeza de hacha y Me voy pa’l salto. Como músico recomendado del sello Sonolux, varias veces fue invitado para participar en el Club del Clan.
Luego de eso solo vendrían parrandas, baile de salticos de rana y la historia de una vida contada desde un requinto rocanrolero, con toda la intención tropical. En la actualidad, Noel ensaya cinco horas al día y sigue vigente, propositivo mientras sus dedos se mueven por el diapasón. El Burro Mocho ha hecho su vida a punta de risas, y se nos ha reído encima, con su tradicional: ¡Mamá, estoy triunfando, mandame pa’l pasaje! Untándonos de alegría con cada acorde y cada baile.