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Minari, de Lee Isaac Chung La nacionalidad mestiza

26 de julio de 2021
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El llamado “sueño americano”, cuando ha sido retratado por el cine, tiende a ser agridulce, cuando no adverso. Hasta Charles Foster Kane y el gran Gatsby mal terminan sus vidas a pesar de haber tenido el mundo en sus manos. Para los inmigrantes el panorama suele ser menos halagüeño, solo habría que recordar, entre muchas otras, In America (Jim Sheridan, 2004). Por eso esta película sobre unos inmigrantes surcoreanos resulta tan querida y agradable, porque, aunque los problemas no faltan, el énfasis está en ese cariñoso e íntimo retrato que de esta familia hace su director.

Basada en la vida del mismo Lee Isaac Chung, la película cuenta la historia de esta joven familia que decide radicarse en una granja de Arkansas. A pesar de la reticencia de su esposa, este hombre está convencido de alcanzar ese sueño americano convirtiéndose en granjero. Si llega a cumplirlo o no es menos importante que la dinámica familiar que la trama y su puesta en escena recrean para un espectador que, seguramente, siempre estará más pendiente del que parece ser el conflicto central, que no es otro que los obstáculos que tiene la familia para conseguir el éxito.

Y mientras la atención está en ese posible éxito o fracaso, casi inadvertidamente, como un contrabando argumental y dramático, los intimos y triviales sentimientos y situaciones de esta pareja y sus dos pequeños hijos van haciendo mella en las emociones del espectador. Hay humor, ternura, solidaridad, amor y, por supuesto, esperanza, cercada por el miedo y la ansiedad, pero allí está siempre, sobre todo conservada a buena temperatura por el padre.

Y cuando ya bastante fuerza estamos haciendo por esa familia y tanta buena empatía tenemos por ellos, todo esto se potencia con la llegada de la abuela desde Corea. Es una anciana liberada del arquetipo de la dulce y condescendiente abuelita, porque llega como un tifón, sobre todo para la vida del niño de siete años, pues resulta ser una vieja malhablada, irónica y hasta “maloliente”, pero tremendamente divertida y liberadora. Este personaje es ese contrapeso que no permite que el relato termine siendo solo la bonita historia de una tierna familia lidiando con sus problemas.

De fondo, siempre está el drama de vivir en tierra extranjera, pero no por asuntos políticos o de discriminación (y en esto vuelve la película a marcar la diferencia), sino en las inevitables disputas domésticas e individuales por la identidad. Casi permanentemente está presente la tensión entre esos dos mundos a los que pertenecen, por lo que, en últimas, no hacen parte plenamente de ningún lado. Tal vez ese exilio a la remota granja de Arkansas pueda verse como una forma de huir de esa dicotomía.

La clave de este dilema, de esta problemática nacionalidad mestiza, probablemente esté en ese apio de agua (Minari en coreano) que aparece al final, y en la abuela, claro. Porque la identidad suele sostenerse más sólidamente con lo que hay atrás que con lo que hay adelante. Aunque esta película lo que muestra es esa transición a la que millones de inmigrantes se ven sometidos y que puede durar varias generaciones, hasta que a la postre solo quede, tal vez, un fenotipo y toda su cultura engullida por Ronald McDonald y el Coronel Sanders.

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