El estreno de Un lugar en silencio parece una buena oportunidad para aclarar una de esas posiciones que diferencian a un sector de la crítica de cine, de otro. Me refiero a la discusión siempre latente acerca de lo que es “buen cine”. Por supuesto, el “buen cine” para cualquiera de los que leen esta columna será el que le guste a cada quien. Pasa varias veces en el año con excelentes películas como Un lugar en silencio, o como con La la land en 2017, que están inscritas en un género específico -el thriller de horror, en el caso del título que nos ocupa-, que algunos especialistas simplemente las descartan, como si fueran de peor familia. Como si un musical o una película de acción con Tom Cruise no pudieran tomarse en serio de ninguna manera. Cualquier comentario que otros colegas hagamos sobre ellas les parece un desperdicio. Son los mismos que creen que sólo el cine contemplativo o el que se presenta en los festivales vale la pena. Y no. O al menos no en esta columna.
Porque cuando uno ve películas como Un lugar en silencio, de John Krasinski, que toma varias convenciones del género como presentarnos unas criaturas temibles, que podrían aparecer a cada instante, lo que hace que estemos todo el tiempo a punto de saltar de la silla, o mostrarnos a una familia que, estamos seguros, no sobrevivirá entera al final de la historia, y las desarrolla con un meticuloso amor por los detalles cautivando la atención de su público, no hay forma, al menos en mi caso, de no decir que es un título sobresaliente, y darle las más altas calificaciones posibles. ¿Que a algunos les parece un insulto a la razón que una película de horror tenga mayor puntaje que aquella reflexión sobre la sociedad ganadora de premios en Berlín o que un plácido drama local que ocurre en un hermoso paisaje inexplorado? Lo siento por ellos. Lo que deberíamos comprender es que cada película se inscribe en su propia tradición y tiene sus propias preguntas que resolver. Es labor del crítico, como hacen los jueces de los concursos caninos, juzgar a cada ejemplar de acuerdo con las especificidades de su raza. Y dar su veredicto sin poner al sabueso al lado del gran danés y tratar de valorarlos igual, con la excusa de que ambos son perros.
Ojalá hubiera más cine comercial como Un lugar en silencio, que saca adelante con lujo de detalles técnicos su premisa de un mundo futuro en el que hay que callar para no acabar siendo la presa de un alien (piensen en las lecturas política de eso), y la combina con fluidez, gracias a unas excelentes actuaciones, con un drama familiar que incluye incomprensiones entre adolescentes y sus padres.
Todo esto tratando a sus espectadores como seres inteligentes, capaces de unir los puntos y llenar los vacíos que intencionalmente deja el guion. El único pero es que Krasinski no haya sido más valiente y hubiera prescindido de la música incidental. Una lástima, aunque así nos evite la indignación que generaría decir que es una película de género perfecta.