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La Chacona, la maravillosa historia de amor y muerte

24 de junio de 2020
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La música clásica nunca fue de mis afectos. Siempre la sentí ajena, lejana, elevada, inentendible y desde siempre, tuve la sensación de que me excluía. Lo mío era el sonido del pueblo, el rock, el punk, la salsa, el rap, el bolero, el tango y todo lo que sonaba en el ambiente. Nunca tuve una forma radical de percibir la música, pero con clásica hubo distancia y poco interés. Cuando aparecía algún plan de concierto con sinfónica, filarmónica o un atisbo de algo lírico y erudito, trataba de evadir el plan, me aburría y sentía que perdía el tiempo.

Hasta que apareció la figura del concertista rocanrolero y rebelde James Rhodes, su historia de superación con la música clásica y su novela llamada Instrumental. Ahí todo cambió. Empecé a conocer compositores fabulosos, intérpretes valientes y a percibir incluso sonidos que nunca había analizado. En algún momento, cerrando los ojos, podía identificar algunos de los instrumentos, sus figuras polifónicas maravillosas que armaban esa gran colcha de retazos de una obra de música clásica.

¿Se han puesto a pensar en eso? ¿Cuantas vocecitas pequeñas, agudas, grandes, imperceptibles, sutiles, graves y protagonistas hay en una obra de este tipo? Es un universo fascinante. Desde que lo descubrí, traté de escuchar y conocer más compositores, más obras y más de la mística de lo instrumental.

En ese juego por descubrir algo que aborrecía, llegué además a otro hallazgo. Las historias detrás de estas creaciones. Hay de todo tipo, muchas relacionadas con la locura, con la esquizofrenia de la composición y creación de obras para la eternidad, otras con el alcoholismo y las drogas, algunas dedicadas a la soledad y a la vida oscura de muchos compositores, y otras por el contrario, dedicadas al amor, como la Chacona de Bach, la que se convirtió en la excusa para escribir este texto.

Bach tiene una historia muy particular. Una dolorosa, llena de muerte, ausencia y sobre todas las cosas, talento. Cuando tenía cuatro años sus hermanos más próximos murieron, a los nueve años falleció su madre, a los diez, su padre.

Lo enviaron a vivir con su hermano mayor, un tipo tosco y celoso con la música, que no quería que el pequeño Bach la aprendiera. Por otro lado, en la escuela, lo molestaron, lo rechazaron y él, decidió fugarse, no volver a estudiar. Se fue de casa, caminó cientos de kilómetros y a los meses, como una premonición dictada desde lo más profundo de su corazón, empezó a estudiar en la mejor escuela de música de Alemania.

Se casó, tuvo muchos hijos, de ellos varios murieron al nacer; empezó a dar clases de música, compuso, y luego, la muerte siguiéndole los talones volvió a aparecer, su esposa María Bárbara falleció repentinamente.

Él, invadido en una tristeza profunda, decide componer una obra para violín, La Chacona, partitura Nº 2 en re menor. Una obra con la que Bach pretendía contar su historia de amor

La creó en el año 1720, y muchos han dicho a través de la historia que es la estructura más grandiosa que existe para un violín solista.

Un solo violín, quince minutos sonando, diciendo todo lo que se le podría expresar desde el amor y el agradecimiento a una persona que se marcha. Una auténtica demostración de amor y dolor, enfrascada en un violín repleto de colofonia y con el alma vibrando.

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