Colombia, tierra de ritmos, sonidos, tendencias y folclor, y esta Medellín querida, de asfalto, idiosincrasia y recuerdo musical; las dos, un claro ejemplo de cómo el tango y el rock se dan la mano, bailan acompasados en una misma baldosa, se van de fiesta, lloran por el amor y la vida, y al otro día, rejuvenecen en distorsiones, melancolía, arrabal, pueblo y corazón.
Ese tango y ese rock, tan afines, tan distantes y con tanta representatividad en nuestro territorio, se han convertido en la brújula y el camino de uno de los músicos más completos de iberoamérica, que tiene un apellido tan importante para la historia de la música en habla hispana, que es estandarte de respeto y admiración.
Les hablo de Javier Calamaro, un porteño con voz fuerte, sonrisa fácil, vida simple y alegría cotidiana. Javier, quien pasa fácil y sin complicaciones del smoking para el baile de salón, junto al bandoneón y el piano, al cabello desarreglado, las guitarras afiladas y las cuerdas vocales listas para gritar el rock, con el corazón en la mano.
Javier hoy es un busca vida, pues no tiene la vida resuelta y eso lo emociona.
Un poco de su historia
Sus días los pasa en su casa en el campo, en Don Torcuato, Gran Buenos Aires, Argentina, entre familia, compartir con su hijo y esposa, componer, producir música, cocinar pastas o gazpacho, e inventar nuevas aventuras extremas entre las que incluye escalar o bucear. Desde hace años esa es su pasión, vivir entre la mística y la agonística de la montaña y los océanos. Ha logrado escalar los 6.962 metros del Aconcagua en Mendoza Argentina, y también, no solo bucear con ballenas, sino ofrecerles un concierto completo, de 45 minutos en la península Valdés, en la Patagonia argentina. Este, fue el primer recital subacuático de la historia del mundo, una proeza digna de una mente ingeniosa y arriesgada como la de Javier. Actualmente lidera el programa de televisión Concierto Extremo, en el que viaja a lugares inimaginados para dar conciertos con valentía.
Su fuerza creativa y social lo ha llevado a construir proyectos de ayuda, que suelen ser más extremos que los de los riesgos y peligros por el agua, la tierra, el oxígeno o las alturas, extremos porque tienen que ver con el dinero y con la falta de sensibilidad para ayudar a los demás.
Javier es líder de varias iniciativas discográficas, de espectáculos y obras de beneficencia, por eso más allá de cantar tango y rock, o de presentar sus discos y tener dentro de su historia una discografía amplia, lo que mueve a este sencillo, talentoso y sensible Calamaro llamado Javier, es ayudar a los demás, la buena comida, los deportes extremos y la vida de su familia.
Su discografía es amplia, y toda está transversalizada por esas dos pasiones que con su sonido se unen en algún lugar de la historia. Discos como Diez de corazones, Quitapenas, Kímika, Villavicio, Este minuto, La vida es afano o Próxima vida, construyen la existencia de un músico que le ha entregado su voz a la sinceridad musical y a sus dos pasiones, el tango y el rock, la guitarra y el bandoneón.
Cuando le pregunté por él, por su historia, por su manera de vivir, me dijo que se define a través de su familia, de sus padres y sobre todo de sus tres hermanos. Gracias a ellos es lo que vive, lo que suena, lo que sueña y lo que será. Sus hermanos son Hebe, musicoterapeuta y académica musical; Horacio, un fotógrafo silencioso y virtuoso; Andrés, el salmón del rock iberoamericano.
Él es el menor de todos, con 54 años y bajo su cabello rocanrolero, su hablar pausado, preciso y su sentimiento gaucho, carga la influencia familiar de la literatura, la poesía, el rock, el pop, los viajes y las fotografías.
Esta es solo una parte, minúscula, de la vida Javier Calamaro, la voz rockera de los tangos y elegancia de frac al cantar.
¿Ustedes, ya lo escucharon?