Nos encontramos 40 minutos más tarde de lo pactado. Bajó de su carro, lento, acomodando su camisa arrugada por el cinturón de seguridad.
Julio Ernesto Estrada “Fruko” lleva un libro en su mano. Su saludo hacia mí inicia asintiendo con su cabeza y con su mano derecha señalando el libro: “esta es la biblia de Discos Fuentes. Léalo Londoño, le va a servir”. Lentamente subimos los cinco pisos de escalas hacia su estudio de grabación en el occidente de Medellín.
Empezamos a hablar.
Se distrae fácilmente con algunos de sus chascarrillos chistosos. Mientras mueve las manos y golpea con sus nudillos la mesa de madera llena de libros y revistas, sigue hablando sobre la historia de la música, no solo de Colombia, sino de Cuba, Puerto Rico, México y Estados Unidos.
Me cuenta sobre sus años dorados, sobre el gran momento de la música colombiana. Se distrae nuevamente con el verso de una canción, empieza a cantar y a tocar el bajo como si lo tuviera colgado, pero es solo su imaginación. Termina y aparece otro de sus cuentos que dan risa.
Me dice que tome atenta nota, que grabe o tome fotos. Yo me quedo en silencio, mirando sus manos y escuchando sus chistes y fabulosas historias. Fruko es quizá uno de los músicos más grandes que ha tenido Colombia, y no lo digo por su voluminoso cuerpo, sino por su genialidad absoluta e inigualable. A los once años de edad lo echaron de la escuela por pegarle a los demás niños, y por influencias familiares llegó a trabajar como utilero a Discos Fuentes. Allí en ratos libres cogía los instrumentos y les sacaba sonidos, de esa manera aprendió y empezó en el camino de la música. Luego de muchos años podríamos catalogarlo como uno de los precursores de la música tropical colombiana, y sin exagerar, el primero que se atrevió a incursionar en el ritmo de las luces, el sudor, el conquiste, la felicidad y la eterna sonrisa: la salsa, este género que hasta finalizando los años sesenta era exclusivo para cubanos, puertorriqueños y habitantes de la Gran Manzana.
Fruko hizo de su vida la salsa, le dio el sonido colombiano y la puso a sonar en todo el mundo.
Canciones como Los Charcos, El Preso, El Son del tren, El Caminante, El Ausente, entre muchísimas otras, se han convertido en la banda sonora de la vida de miles de almas en todo el mundo. Y cada una de esas melodías, armonías e historias, nacieron de ese gran corazón inspirador de alegrías, bailes y fiestas.
Fruko es un músico con visión de éxito. Todos los músicos que acompañaba se convertían en estrellas, como el caso de Wilson “Saoko” Manyoma, Joe Arroyo, y hasta Rodolfo Aicardi. Y todas las canciones que componía o arreglaba se convertían en himnos de todo el continente. Esas canciones luego de varias décadas, siguen sonando como si fuera el año de su estreno.
Desde sus comienzos con Los Corraleros de Majagual en el año 1965, hasta hoy, sigue vigente, haciendo canciones, girando por el mundo. Son alrededor de 50 años de trayectoria, al lado del bajo, del piano, del timbal, de las voces, de los arreglos, la producción y la composición.
Luego de cuatro horas de conversación, me despido del maestro. Un abrazo y sonrisas no son suficientes. Por eso hoy más que nunca hay que decirle a Fruko, ¡gracias!, por la maravillosa creación, por enseñarnos que la vida puede convertirse en baile, en alegría, en música, en canciones.