No hay manera de que el desierto salga feo en la pantalla del cine. Sus cielos abiertos, sus noches estrelladas, lo convierten en escenario de belleza majestuosa. Tal vez por eso solemos juzgar a las películas cuyas historias transcurren en el desierto con demasiada amabilidad, como disculpándole los defectos de carácter a un tipo que está bien vestido. Pasa eso con “Theeb”, la película que envió Jordania a los Premios Óscar y que compite, junto con “El abrazo de la serpiente”, “El hijo de Saúl”, “Una guerra” y “Mustang”, por el premio a la mejor película en idioma extranjero.
Theeb, que quiere decir “lobo” en árabe, es el nombre del niño protagonista, otro de esos recursos que se usan los directores astutos (y a veces tramposos) para que nos conmovamos fácilmente. Es también la forma más fácil de avisarnos que estamos ante una trama que busca generar una reflexión, ante algo que puede ser realista en su tratamiento pero que funcionará como una fábula con moraleja. En este caso, ante la aventura de formación que vivirá Theeb junto con su hermano mayor, Hussein, cuando ambos, los miembros más jóvenes del linaje que comanda una tribu beduina, acompañen a unos visitantes inesperados adonde lo necesitan, siguiendo las antiguas normas de cortesía que los rigen.
Todo ocurre justo durante los enfrentamientos que vivieron las tribus árabes contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, lo que ubica esta película, como habrán notado los cinéfilos detallistas, en el mismo espacio temporal de “Lawrence de Arabia”. Por eso no es raro que uno de los visitantes sea un soldado inglés, lo que transforma la aventura infantil en algo más serio, cuando el grupo es atacado y cuando van topándose con la muerte en su camino. Theeb de repente tendrá que comportarse como adulto y tomar posición en una batalla que no es suya pero que lo va a obligar a escoger un bando para defender a su familia, justo como ocurrió con los pueblos del desierto en aquellos días. Digamos que la analogía es buena, pero también fácil.
La mejor parte de la película llega en su tramo final, como premio para quienes no se han desesperado con la narración pausada y con la reiteración de ciertos elementos que van perdiendo su impacto inicial (como la mirada limpia de Theeb frente a lo que no conoce) En ese tramo de la narración, Theeb se nos antoja un Principito, interactuando con un personaje que, como el Zorro, será temible y atractivo para él al mismo tiempo. Sin embargo, el diálogo que sostienen, los momentos que viven juntos, no alcanzan a ser tan significativos como para suponer un verdadero aprendizaje, ni para explicar completamente la decisión final de Theeb, demasiado anticipada para un espectador que haya visto muchas películas protagonizadas por niños. Que “el hombre es un lobo para el hombre” es una verdad que nos han contado otras veces, en desiertos más bonitos. El problema es que la belleza de las verdades desgastadas es opaca, como un desierto sin sol.