El acordeón ha sido la radiografía del dolor y la alegría de nuestro pueblo colombiano. Cada melodía, cada cadencia, cada sonido bajo y agudo, y la respiración de ese fuelle eterno, se encargaron de narrar las noticias de pueblo en pueblo. Las muertes inesperadas, la falta de agua y electricidad, las pestes, los nuevos gobernantes y las declaraciones de amor que todo el mundo conocía.
Así caminaba de acá para allá el sonido del acordeón, como un nómada cronista, como un reflejo del pueblo, como el periódico, como la radio o el político que sí cumple. Y en esas correrías, en esas hazañas valientes bajo el sol, sobre el polvo hirviendo del suelo caribeño, contando y cantando lo que veía ante sus ojos, apareció la leyenda de Francisco el Hombre, un trovador costeño, un cronista musical, un campesino folclórico que era espejo de su pueblo y que a lomo de mula o caminando kilómetros con los pies descalzos musicalizó el caribe colombiano con su acordeón para hacerse eterno.
Cuenta esa leyenda que Francisco entonaba en compañía de su acordeón, versos que él mismo creaba para hacer más ligero el trayecto en sus grandes recorridos. Y en una noche cualquiera, frente a sus ojos se encontró con el diablo, una figura humana de más de dos metros y color rojizo, con cachos y con cola. Y ahí, cara a cara, frente a frente sin espectadores más que sus acordeones se enfrentaron a un duelo de virtuosismos, de rapidez en el acordeón, de melodías desconocidas y armonías no existentes.
También aparecieron las trovas, las coplas, las rimas, y Francisco con elegancia y osadía recitó rápidamente el credo al revés. Ambos duelos, el lírico y el musical, los ganó el acordeonero del pueblo, el que retó al diablo. No solo le ganó, también lo mandó a sus infiernos y fue merecedor de los aplausos de toda la aldea.
Su nombre y su leyenda increíble fueron retratados por Gabriel García Márquez en el libro Cien años de Soledad, la novela con la que obtuvo el Nobel de Literatura en 1982.
Verdad o mentira, mito o leyenda, su figura mística y musical fue inspiración de películas, libros, festivales y balbuceos cotidianos, que a su vez le dieron paso a otros juglares que con compromiso han sabido llevar a los pueblos nuevas historias y nuevos sonidos vallenatos. Francisco el hombre vive en nosotros como el gran juglar.