viernes
7 y 9
7 y 9
Por Diego Agudelo Gómez
Crítico de series
Cuando tenía 16 años publicó un video en Facebook en el que aparecía cantando frente a sus compañeros del colegio. Rápidamente se volvió viral: lucía espléndida, fulgurante, parecía levitar sobre el escenario. Su voz puede desbordarse sobre una audiencia como una avalancha, su voz puede dar abrigo a las almas desoladas e inyectar sosiego en los corazones. Un manager curtido vio el video y dijo que ahí había una estrella. La contactó, contrató un equipo de músicos, la producción de un primer álbum y el itinerario de una primera gira. En un año ofreció 200 conciertos, era una estrella incansable, era Aurora, heroína noruega del pop.
Hablo de ella en este espacio de series porque desde que la conocí, hace un par de meses, he seguido su trayectoria a través de Youtube. He visto la mayoría de sus conciertos, intentado memorizar los movimientos telúricos de su danza y escuchado con fruición cada álbum, cada sencillo y cada cover. Estar atento a este entramado musical de verdad me hizo sentir ante una historia tan memorable como las de las series que he reseñado en el pasado. De hecho, esto me hace pensar que el mismo ejercicio podría hacerse con otros artistas y con otros contenidos de Youtube, donde la cantidad de videos nos da un material invaluable para tejer tramas personalizadas.
Enfoquémonos en la trama de Aurora Aksnes: imagino una escena de apertura en el recital de la catedral de Nidaros, en Noruega. Acompañada de una banda sinfónica, ante una audiencia suspendida en silencio, Aurora llena las naves de la catedral con los versos de la canción Nature Boy. Cuando entona There was a boy... de verdad parece que la cantante se dispusiera a relatar la historia de las innumerables versiones que se han hecho de esa canción. La entona como una plegaria y un salmo dirigido a los cantantes que antes hicieron brotar esas mismas palabras: Nat King Cole, James Brown, Art Pepper, Caetano Beloso, Cher... A continuación desata uno de esos conciertos por los que uno vendería el alma para poder asistir. Así son todas sus presentaciones: gloriosas y dramáticas, eufóricas y sorpresivas. Envolventes, porque la música de Aurora es un festín sensorial: la música y sus letras tienen el poder de sincronizar la imaginación de un copioso público en cuya memoria quedan impresas las fantásticas imágenes de sus estrofas.
Esta serie arbitraria construida a partir de los videos de Aurora estaría compuesta por los momentos breves que pueden observarse tras las bambalinas de las presentaciones. Aurora es cálida, modesta, con sus ojos celestes absorbe belleza hasta de las cosas minúsculas en las que se fija. En las miradas que cruza con los músicos de su banda existe esa clase de complicidad que vuelve implacables a las jaurías. Sus canciones son alabanzas a la naturaleza e invocan nuestra esencia salvaje, que ante ella lucha por dejar de estar oculta.
Un clímax importante de esta temporada a la carta es el documental Once Aurora, que se sumerge a fondo en la intimidad de una artista virtuosa que alcanzó la fama global de forma repentina. Allí puede verse el cansancio que representa una gira interminable, el asombro de visitar países que para ella tienen la atmósfera de un mito, como Brasil; la añoranza de los fiordos, el deseo de soledad, tan necesaria para crear, para escribir; la búsqueda de ese silencio del que se pueden atrapar nuevas notas y palabras para canciones que después no dejarán de sonar en los móviles de sus hordas de aficionados. Durante 52 minutos, este documental es un despliegue abrumador de momentos que podrían constituir la biografía de alguien centenario, alguien que se inmortaliza en la gloria sin perder las cosas que la enlazan con la sustancia elemental de la vida.
Y por el momento esta historia no tiene un final de temporada, queda en puntos suspensivos, y como es una historia que bebe del sustrato más veraz de la vida uno queda elevado sobre el suspenso de una obra que sigue escribiéndose, esperando con el corazón que Aurora no encuentre el final al que suelen llegar ciertos genios, que se apagan con violencia porque la avidez les alcanza para seguir buscando la belleza al otro lado de la muerte.