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Disección generacional. Mientras somos jóvenes, de Noah Baumbach

01 de agosto de 2015
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¿Qué es la juventud? ¿Es hacer ciertas cosas (comer orgánico, grabarse tatuajes), dejar de hacer otras (tener sexo en lugares que no sean la cama, usar la memoria sin acudir a Google), vestirse de cierta manera? Porque si uno no es ingenuo sabe que aquello de ser “jóvenes de corazón” para siempre, es una mentira. El cuerpo traquea, el pelo encanece. Por eso Noah Baumbach, quien ya nos ha presentado filosos estudios humanos (como The squid and the whale, donde se ocupaba de la desintegración dolorosa de una familia) titula su última película “Mientras somos jóvenes”, porque esa frase define la reflexión profunda que hay detrás de la historia que nos presenta: hay algunas acciones en la vida, que la sociedad nos obliga (y nosotros con ella) a realizar solo mientras somos jóvenes: crear una obra maestra, tener un hijo, aprender a bailar.

Cornelia y Josh son una pareja que llevan bastante casados y que se quieren con ese cariño cotidiano y sin afanes de la costumbre. Tienen amigos con los que comparten chistes y gustos, aunque se están sintiendo alejados de ellos porque estos han decidido tener hijos y pertenecen a la tribu de los que quieren vender la paternidad como una panacea. De repente, sin que se pregunten por qué extrañas casualidades ha ocurrido, conocen a Darby y Jamie, dos jóvenes que viven como ellos recuerdan que fueron: con pasión genuina por lo que hacen, con el convencimiento de que tienen una nueva forma de hacer todo, con el amor intenso del que lo estrena. Su nueva amistad hará que Cornelia y Josh se sientan revitalizados primero y plenamente conscientes de sus fallas después.

Agudo como es, Baumbach no deja títere con cabeza a la hora de diseccionar tanto a esa Generación X que vive buscando excusas para no hacer (Josh lleva años intentando terminar un documental cuyo sentido es incapaz de concretar en una reunión con un posible inversionista) como a esos “millennials” que no se detienen ante nada por ser exitosos y que afirman sin pudor que “las ideas son de todos”, justificando así la poca importancia que algunos de ellos le dan a la ética (piensen en publicistas que copian piezas ajenas, por ejemplo). También nos señala con el dedo extendido cuando se burla de esa “búsqueda de creencias salvadoras” tan común, filmando una prueba colectiva de yagé o sonríe irónico al poner a Adam Horovitz, antiguo integrante de Beastie Boys como a un papá cansado de serlo. En algún momento Baumbach pierde la línea de su historia y le da demasiada importancia a una conspiración que debería ser secundaria, relegando más de lo que debería a sus personajes femeninos (no se puede desperdiciar un talento como el de Naomi Watts) hasta casi convertirse en una de tantas películas en que Ben Stiller se enoja. En el balance final sin embargo, se queda en la memoria sobre todo, la crítica mordaz a esos adultos que somos. A esos jóvenes que fuimos.

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