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Crimes of the future, de David Cronenberg

01 de agosto de 2022
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Puede que el ser humano logre eliminar muchas cosas en el futuro, pero la burocracia no será una de ellas. O al menos eso es lo que plantea David Cronenberg en Crimes of the future, su película más reciente, que muestra un escenario cercano en el tiempo, donde la humanidad parece haber sufrido una catástrofe y ha terminado viviendo entre las ruinas. A través de ellas se mueve, vestido como un ninja o como alguien que no pudiera exponerse al sol, Saul Tenser, un pionero en el arte de vanguardia, pues ha sido el primero que, como una protesta ante los cambios que el ambiente parece estar provocando en la estructura misma de la especie, ha hecho de la extirpación de los órganos que crecen descontroladamente dentro de él, una performance muy celebrada e imitada por la élite intelectual de este mundo triste y obscuro, dibujado en esta película que se puede ver en unas pocas salas de cine en Colombia y en Mubi.

La burocracia que mencionábamos está personificada por Wippet y Timlin, dos funcionarios cuya tarea es codificar todos los órganos que a los ciudadanos les han aparecido en el interior de sus cuerpos, pues el Estado necesita estar seguro de que alguien no está llevando el camino de la evolución por terrenos amenazantes. Por supuesto que, como ocurre con todo lo que es prohibido, los funcionarios terminan queriendo participar de las actividades no oficiales que se organizan alrededor de estos órganos: presentaciones parecidas a las de Tenser, aunque con artistas mucho menos trascendentes (ahí está el hombre de los ojos cosidos que se ha dejado crecer decenas de orejas en el cuerpo) o un concurso de belleza clandestino donde se escogerán los mejores órganos en distintas categorías de apreciación.

No es fácil describir con claridad de qué trata Crimes of the future, probablemente porque ese sea el objetivo del director canadiense, pero también porque Cronenberg parece menos interesado en contar una historia y más en generar una inquietud, una sensación de angustia en el público. Lo consigue a medias, porque nunca sabemos muy bien si estamos ante una desesperanzada profecía de tiempos en que la naturaleza se vengará de nuestro descuido destruyéndonos desde adentro, o frente a una burla sardónica sobre el arte contemporáneo y su búsqueda banal del escándalo. Puede que la intención sea hacer ambas cosas, pero la dualidad termina por afectar el resultado, pues la película nunca define su carácter.

La mejor parte de Crimes of the future es la que tiene a Viggo Mortensen y Léa Seydoux como protagonistas absolutos. Esa especie de intimidad restringida, de sexo sin cópula entre dos seres que no tienen muy claro quién es el artista y quién es la obra cuando salen al escenario, se ejecuta como un juego de seducción que va creciendo hasta un éxtasis final, cuyo significado real no nos importa demasiado, pero cuya presencia sí nos conmociona, pues terminamos conectados a la criatura que forman juntos por un lazo invisible y perturbador, como el que une al cuerpo de un paciente con su tumor.

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