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Cantos de sirena. “Ambulancia”, de Michael Bay

28 de noviembre de 2022
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Que un director pueda meter dos referencias a su propio cine en su última película, como parte de charlas sobre cultura pop que tienen los personajes, sin que se sienten extrañas, sólo demuestra que su obra, más allá del valor artístico que pueda tener, se ha ganado su lugar en el mundo. Que una de las referencias haga hincapié en la irrelevancia de esa película frente a la posteridad implica que ese director tiene más autocrítica y menos ego de lo que creíamos. Es lo que ocurre con Michael Bay en “Ambulancia”, estrenada en abril de este año y restrenada esta semana en HBOMax, para felicidad de los que todavía creen en las cintas de acción donde la lógica no necesita estar presente en las escenas. El chiste en cuestión se refiere a “La roca”, una película que tiene ya más de un cuarto de siglo, lo que implica que algo tiene el cine de Bay para seguir siendo atractivo para el público. Puede que “Ambulancia”, la pirotécnica adaptación de un título danés, sin una marca como Transformers detrás, sea la producción ideal para entender qué es lo que causa esa atracción.

Basta con ver las primeras secuencias de “Ambulancia” para ver la mano de Bay en cada pieza del artefacto. Todos los planos parecen anunciar un comercial de perfumes, colorizados hasta la saturación para lograr esa sensación de calor, como si un proyector incandescente alumbrara desde lejos las distintas locaciones. Da igual si es la casa de barrio humilde de Will o la sofisticada guarida donde Danny, su hermano, protege los autos de lujo de quién sabe qué mafiosos. Hasta allá llega Will, veterano de Afganistán, casado y con un niño pequeño, para pedirle ayuda económica para un tratamiento médico. No importa si es poco verosímil que cinco minutos después vayan a ejecutar un robo a un banco que necesitaba un cómplice, porque lo importante en el cine de Bay es que no haya mucho tiempo para pensar y que un plano precioso con el sol de fondo nos distraiga lo suficiente para que olvidemos cualquier hueco del argumento.

Habrán cobrado extra los que manejaban las cámaras instaladas en los drones, porque pareciera que en cada secuencia a partir de que los hermanos deben usar una ambulancia para huir de la escena del atraco, fuera necesario meter un plano imposible en el que la cámara sobrevuela una autopista o se mete debajo de un puente. Sin embargo, hay que aceptar que es precisamente su habilidad para huir de los tiempos muertos la que hace tan divertido el cine de Bay. Y como acá no hay robots parlantes que deban robarse el show, le permite a su protagonista, un enloquecido y carismático Jake Gyllenhaal, secundado por el eficiente Yahya Abdul-Mateen II y por la bellísima y creíble Eiza González (que jamás perderá su maquillaje, no importa por qué peripecia pase), apropiarse de la pantalla para que nos preguntemos por más de dos horas cómo carajos van a terminar los ocupantes de la ambulancia. Hay perro gigante enternecedor y todo, para que aplaudamos. Bay no ganará nunca un concurso de guion, pero está listo para llegar de primero, una vez más, cuando el cine de entretenimiento necesite atención de emergencia.

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