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Ahora todo es noche, de La Zaranda

10 de octubre de 2018
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Enhorabuena Comfama, a través de El Claustro, que le ha otorgado nuevo protagonismo a la caja de compensación familiar y mayor empoderamiento de su entorno la Plazuela de San Ignacio, se arriesga a traer una extensión del Festival Latinoamericano de Teatro de Manizales, engalanado ahora con su cumpleaños número cincuenta, como quiera que la primera edición se realizara en 1968, ese 68 que maravillara el espíritu de la humanidad con el mayo francés y la primavera de Praga, pero también para enarbolar banderas de solidaridad contra la masacre de estudiantes en Méjico y el aplastamiento del sueño checo que marca el final de una utopía.

Entre los grupos invitados a Medellín está La Zaranda, antes Teatro inestable de Andalucía La Baja y ahora de Ninguna parte, pero inestable al fin. Y es esa inestabilidad la característica de sus obras: montajes a la deriva, en arenas movedizas, tentativas de la gran obra. Ahora todo es noche, no es la excepción, contrario sensu, afianza esa andadura de cuarenta años girando por los escenarios del Gran Teatro del Mundo. Andaluces, como denominación de origen, tienen ese duende gitano que prefigurara Federico, el gran García Lorca, como seña e impronta.

Hace treinta años recalaron por estas tierras con Mariameneo Mariameneo y desde entonces su poética quedó impregnada en la retina del público manizalita, Perdonen la tristeza y Obra póstuma reafirman este cierto modo de hacer teatro dentro del teatro, de modo circular, envolvente como una sinfín, o lo que es lo mismo, un tiovivo. ¡Joder!

La procedencia de ninguna parte alude a esa distopía moderna: ni son de aquí ni son de allá sino todo lo contrario, de ninguna parte o de cualquiera... Justamente es ese no lugar en donde transcurre la pieza y se trenza la relación de amor-odio de los tres personajes. Todos deshechos humanos, sin más porvenir que el de dejar pasar las horas, ese tic tac implacable que hace avanzar el tiempo hacia una nada eterna.

Un terminal aéreo o de buses, un estuario, un espacio donde anidar sin hacer nido ni nicho, nada que te apegue o arraigue a un determinado destino. “¿Usted hacia dónde se dirige?” Es la tragedia del hombre contemporáneo no tener lugar en el mundo, desplazado de su realidad y de su entorno. Sus sueños en una maleta, es todo su equipaje.

Son seres sin tiempo. Sin afanes, deambulan cíclicamente por un laberinto de soledad, sin esperanza, sin luz al final del túnel, seres depresivos pero con un humor corrosivo que muestra la infesta del mundo. Lejano está el mundo idílico, el paraíso. El aquí y el ahora -esa noche del título- en el que devanean metáforas acerca del ser y la nada, a la manera de los personajes de Beckett, innombrables, antípodas de los personajes de Esperando a Godot, estos ya no esperan, o esperan nada. Simplemente vagan por una suerte de ruinas circulares en las que desandan una y otra vez, hurgando en canecas de basura las herencias herrumbrosas de una sociedad consumista y ególatra.

Una escenografía mínima marca la cartografía de estos seres, su escritura en el escenario: dos maletas, una camilla de enfermería que se transforma en banda transportadora, dos carros de supermercado que tornan sofás y tres canecas de basura que mutan a atriles y con ello una partitura de movimientos, giros, ires y venires, desplazamientos, con ritmo y tempo en perfecta sincronía /discronía con un reloj invisible.

Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Paco de la Zaranda han sabido desdoblarse en ellos mismos, como los personajes en busca de autor de Pirandello, interpretando actores que buscan interpretar unos seres arrojados como detritus social. Eusebio Calonge, el dramaturgo, ha sabido pergeñar un texto de sabia locura, lúcido y corrosivo que pone el dedo en las llagas de una sociedad decrépita en valores donde la palabra solidaridad ha caído en desuso.

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