Colombia tiene ya más de 67.500 muertos por covid-19. Este dato está aún lejos de ser aquel que será consignado en la historia como el costo que este país pagó como consecuencia de la pandemia. Sin embargo, este número que alberga la colectividad de fallecidos en realidad está compuesto por la historia única de vida de personas que debemos reconocer, recordar y celebrar como individuos. Al final, la cifra, fría y abstracta, es en realidad un testimonio doloroso e imponente que narra más de 67.500 proyectos truncados y un número aún mayor de duelos que se esfuerzan por dar sentido a lo anormal que es desgarrar masivamente el ciclo de la vida para una generación.
Estas muertes, masivas, difíciles de vivir y explicar, se fueron sumando una a una, resultando en decenas, centenas y miles de víctimas que merecen ser honradas por los sobrevivientes que tienen todavía en sus manos la posibilidad de evitar contagios, aplanar la curva, vacunarse y alcanzar el efecto de inmunidad de rebaño.
Entonces quizás la mejor contraparte al covid también se escribe con C, y se llama consciencia. Esa capacidad del ser humano, que bien define la Real Academia Española, que le permite reconocer la realidad circundante y relacionarse con ella generando un conocimiento reflexivo de las cosas. ¡Qué tan importante son nuestras consciencias frente al covid!
Para empezar, la consciencia del “yo” como ser actuante con libre albedrío, definitivamente con derechos pero en la misma escala con deberes. Solo “yo” tengo responsabilidad frente a cómo asumo la pandemia y el riesgo que esta significa para mi propia vida. Solo “yo” puedo actuar para evitar su presencia y sus secuelas en mi cuerpo pero también solo “yo” puedo elegir cumplir con mi deber dentro de la comunidad que grita desesperada que necesita mi compromiso, pues sin él será más lento, costoso y doloroso neutralizar el caos.
La consciencia del “yo” con mis “otros amados”, esos seres que trascienden en nosotros convirtiéndose en parte y extensión de alegría y dolor de nuestra propia vida. Esos individuos a los que un solo infortunado descuido del “yo mío” puede costarles el contagio con la contundente posibilidad de graves consecuencias en su salud e incluso asfixiando su existencia antes de tiempo dejando inevitablemente un dolor íntimo difícil de entender y sanar.
La consciencia del “yo” con mi “otro desconocido”, aquel que no conozco, que tan solo representa un cruce en el camino pero que al final es un “yo” que aunque anónimo para mí no lo es para sí mismo, que tiene un plan de vida y es un “otro amado” para alguien más. Un “otro desconocido” que merece vivir y materializar ilusiones como el “yo mío”.
La consciencia del “yo” con “el colectivo”. El mundo hoy es un sistema global interdependiente, mi actuar en una pandemia sí afecta los resultados de mi comunidad y del mundo, una responsabilidad que no se puede ignorar y menos evadir. El efecto rebaño se alcanza solo si al menos el 70 % de la población se vacuna. No se logra si unos “yo” se vacunan y otros no, no se logra si un país se vacuna y otros no. El bienestar colectivo depende del compromiso individual.
La consciencia del “yo” con “el sistema”. La ciudad, la región y el país tienen unas personas e instituciones encargadas de manera estructurada de guiar y atender las distintas necesidades de la ciudadanía en temas de salud pública y crisis de acuerdo con su conocimiento y experiencia, se requiere confianza ciudadana y empatía hacia ellas y su quehacer frente a esta inhóspita realidad mientras continúan trabajando por un objetivo común: salvar vidas.
La consciencia del “yo” con la realidad de la “vacunación”. Una vacuna es una carrera contra el reloj, todas ellas –nos dicen los científicos– representan evitar la enfermedad, entrenar el cuerpo para resistir en caso de contagio, descartar síntomas severos y, en todos los casos, no llegar a la muerte. La no vacuna, que siempre es una posibilidad, no solo pone en riesgo al “yo” de quien toma esta decisión, también arriesga la conquista del efecto rebaño haciendo más difícil cerrar este capítulo de la historia de la humanidad. Mientras tanto, la tardanza en el proceso de vacunación le sirve al virus para aprender y mutar, es decir, fortalecerse.
Así que la consciencia acerca del protagonismo del “yo” en el desenlace de esta tercera ola puede ser una oportunidad para honrar a quienes se despidieron este año, esos mismos a los que decimos hoy, 67.500 veces, que en paz descansen