Cada muerte violenta duele. Duele cada vida que perdemos. Y digo “perdemos” porque con cada homicidio perdemos todos. Duele cada sueño que se apaga, cada cama vacía; duelen profundamente los besos de buenas noches que se van para siempre.
No podemos dejar pasar por alto el dolor que suscita esa violencia, pero sobre todo no podemos olvidar quién la ejecuta y a quién le sirve. Las estructuras criminales son las principales responsables de la violación sistemática de derechos humanos en Medellín, y entre todos los derechos el de la vida es sin duda el más importante.
Desde que iniciamos el gobierno nos propusimos dar una lucha ética en contra de esas estructuras. No podemos permitir que la tranquilidad, en algunos territorios, sea consecuencia de la voluntad de los delincuentes. No puede ser que la vida sea instrumentalizada para seguir ejerciendo un control que no es legal ni debería ser legítimo.
Tengo la firma convicción de que esa lucha debe continuar con la misma fuerza, porque estamos luchando contra un problema estructural que nos arrebata vidas y nos tergiversa los valores. Esta lucha debe continuar para que, por fin, la tranquilidad sea una consecuencia natural de la legalidad.