Son narrativas más simbólicas que reales, en las que median intereses políticos, de seguridad, entonces no partimos del súmmum de la objetividad sino de cargas de valoraciones.
No hay síntomas de que el problema esté en vías de resolverse. Una reducción de ramitas de un año a otro, en comportamientos que deben ser medidos en el mediano y largo plazos, es síntoma, por un lado, de la expectativa de si el Estado va a cumplir, o no, los programas de sustitución voluntaria y, del otro, de que el mercado alcanzó un techo, de que la producción mundial está en un límite.
Estados Unidos es hoy solo la tercera parte del mercado de la cocaína colombiana, el resto son Europa, Asia, África y Oceanía. Por eso no se puede creer que los cultivos crecerán eterna e infinitamente. Es un mercado con un techo. Es impredecible qué pueda venir.
Es simplista reducir el problema a cultivos ilícitos y “hectareajes”. Hay muchas preguntas: quiénes la llevan y la distribuyen, qué actores del Estado están comprometidos, cuáles son esas rutas. Una discusión desde el número de hectáreas es muy pobre.
Es terrible: tras el desarme de las Farc, se ponía a prueba al Estado en seguridad e institucionalidad en las regiones. Ante la dimensión de ese reto, por ahora lo que hay es un fracaso.