Lo primero que debe quedar claro es cuál es el objeto de la convocatoria. La de mañana es para manifestarse contra el mal gobierno. Dentro de las democracias liberales hay que proteger el disenso, y cualquiera que convoque una marcha, con responsable identificable, con criterio pacífico, merece protección.
El mal gobierno no es solo el que se refiere a la gestión del proceso de paz. Es también que, en términos económicos, la gente se siente desprotegida, que el presidente Santos no tiene mucho qué presentar a la ciudadanía salvo esa esperanza abierta de la paz; nos ha ido mal internacionalmente, y el anunciado proceso con el Eln seguramente va a enrarecer las relaciones con las Farc.
Por eso estos ciudadanos tienen el derecho de protestar contra el gobierno. Y si a eso le agregamos lo ocurrido ayer en Urabá, que demuestra que el actual Gobierno no ha podido consolidar el control del Estado en amplias regiones del país, hay aún más razones.
En la práctica política empírica el asunto es hacer una y mil marchas; uno y mil movimientos. Y en eso la izquierda es experta: haga el mayor número de movilizaciones posibles. Esa es la idea en política: que los movimientos de expresión deben tener permanencia. Si son flor de un día, muestran su debilidad.