1) Lo que está en juego es la seguridad energética del país, así como la estabilidad económica y fiscal, dado que tanto las reservas de petróleo como de gas han venido cayendo, al punto que solo nos alcanzarían para 6 años en el primer caso y 10 en el segundo. Y la nueva frontera de la industria de los hidrocarburos está en el recobro mejorado, en el offshore y en las ricas generadoras de los yacimientos no convencionales, para cuya explotación se requiere utilizar la técnica del fracking.
2) Si nos quedamos cruzados de brazos y no detenemos la causa de dichas reservas, inexorablemente perderemos la autosuficiencia, lo cual sería una verdadera calamidad para el país. Además del impacto sobre el crecimiento del PIB y el empleo, daría al traste con nuestro sector externo, ya que no solo dejaríamos de recibir divisas del orden de los US$ 27.000 millones por concepto de las exportaciones de petróleo, sino que las importaciones de 400 mil barriles de crudo para cargar nuestras refinerías le costarían al país US$16.000 millones anuales. Además, el impacto en las finanzas públicas sería demoledor: la Nación dejaría de recibir en promedio, entre impuestos y dividendos, $24 billones y las regiones $14 billones en regalías, aproximadamente.