Como diría el gran urbanista Kevin Lynch, no hay que creer mucho en las encuestas, porque no reflejan nunca la realidad. En los últimos tiempos es la inseguridad la que ha pasado a dominar la vida de la ciudad, y eso es muy grave. Eso hace que desaparezca la vida en la calle, la vida pública.
También es terrible lo que pasa con el medio ambiente, que se une a la dejadez en el cuidado de los árboles, de los parques y las calles, y al desastre en las obras públicas cuyos efectos se ven día a día.
La gente dice sentirse segura en sus barrios, y eso puede deberse a una combinación de miedo y orgullo, primero por no reconocer que hay barrios que padecen franco deterioro, y segundo, por mantener el valor de la casa o el apartamento en el que viven. En Medellín hay una circunstancia terrible que es la diversidad de usos: en la misma calle puede haber residencias y talleres de mecánica, por ejemplo, y eso deteriora mucho la convivencia, así como la invasión de la economía terciaria de todos los espacios públicos.
Esta es una ciudad cada vez más dividida. La partición que de ella hace la delincuencia, segregando sectores, hace que la vida pública desaparezca. Hay que hacer un nuevo pacto para que la ciudad pueda ser usada toda, sin confinamientos forzados.