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¿Y qué?

Me pregunto cuántos ejecutivos darían todo su éxito a cambio de poder dedicarse a lo que realmente les gusta. A veces el empeño de los padres es la miseria de los hijos. No siempre los hijos quieren cumplir los sueños que los padres soñaron para ellos”.

23 de julio de 2023
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Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillos

Cuando nacieron mis hermanos trillizos yo tenía cuatro años, pero el impacto fue tal que me acuerdo perfectamente. Dejé de ser el centro de la familia y me volví tan invisible que hasta mis padres se olvidaron de meterme al colegio. Mis hermanos lo ocuparon todo. Lloraban al mismo tiempo, dormían al mismo tiempo, comieron, gatearon y caminaron al mismo tiempo. Destrozaron la casa. Cuando empezaron a hablar desarrollaron un lenguaje propio que solo entendían ellos. Indiscriminadamente se rotaban la ropa, la comida, los chupos y los pañales de tela. A menudo se enfermaban los tres a la vez y la mamá llevaba al pediatra sólo al que estaba más grave, luego le daba el mismo remedio a los demás. Estuvieron en la misma guardería y después en el mismo colegio. Ahí empezaron a notarse las diferencias. Uno de los trillizos no encajaba en el único molde que ellos tenían. Los años pasaron y la diferencia no hacía sino incrementarse. Al final, ocurrió lo que ocurre en la mayoría de los colegios: expulsan al que no encaja porque no saben cómo manejarlo. Es más cómodo llevar un rebaño dócil que se comporte de la misma forma. Mi hermano iba a ser el único hombre de la familia que no se graduaría de ese «gran» colegio. Ya se imaginarán el drama.

Andy Warhol dijo una vez: «A veces las personas dejan que el mismo problema los haga sentir miserables durante años cuando simplemente podrían haber dicho: ¿Y qué? Mi madre no me quiso. ¿Y qué? Tengo éxito, pero estoy más solo que la una. ¿Y qué? No sé cómo hice para arreglármelas antes sin saber este pequeño truco. Me llevó mucho tiempo entenderlo, pero una vez lo hice ya nunca lo olvidé». Nosotros también hubiéramos querido saber antes lo que supo Warhol. Nos hubiéramos ahorrado muchos golpes de pecho y no habríamos permitido que el colegio lesionara tanto la autoestima de mi hermano: ¿Y qué si se gradúa en otra parte? ¿Y qué si no se gradúa? ¿Y qué si no se casa? ¿Y qué si no habla tres idiomas? ¿Y qué si no gerencia ninguna empresa? Como escribió Pedro Mairal en su novela La uruguaya: «Si no podés con la vida, probá con la vidita». Mi hermano no es un alto ejecutivo, ¿y qué? Mi hermano es feliz. Me pregunto cuántos ejecutivos darían todo su éxito a cambio de poder dedicarse a lo que realmente les gusta. A veces el empeño de los padres es la miseria de los hijos. No siempre los hijos quieren cumplir los sueños que los padres soñaron para ellos.

Sin duda todos los ¿y qué? que interpuse en el pasado son los que me tienen hoy haciendo lo que verdaderamente me gusta. No soy el centro de la familia ¿Y qué? No quiero casarme ¿Y qué? No voy a tener hijos ¿Y qué? No me gustan las dinámicas empresariales ni los horarios de oficina ¿Y qué? Me niego a ponerme tacones ¿Y qué? Voy a ser escritora aunque me muera de hambre ¿Y qué?

Ya ven, aún no me he muerto.

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