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Amable lector. Es difícil que los colombianos, en particular los que representan los partidos tradicionales, trabajen en armonía para alcanzar una vida más digna para todos. No es posible continuar ignorando las azarosas diferencias entre ricos y pobres. Peor aún, que quienes alcanzaron privilegios nunca soñados, exijan mucho más. Entre otros, las altas cortes, los congresistas y más de un rector y profesor.
Supongamos que Álvaro Uribe Vélez es un ser malo y que Juan Manuel Santos es un hombre bueno; y además que ya no existan. Luego de eliminar la manzana de la discordia, es un hecho cierto que el gobierno actual recibió un país con graves problemas de orden económico y social. Más un acuerdo de paz, no solo frágil sino humillante para las personas de bien y las víctimas.
Este acuerdo habrá que cumplirlo; desde luego, como es frecuente en los contratos, que más tarde se presenten dudas sobre el alcance de lo convenido. Hace varios meses algunos de los jefes más radicales de las Farc se fueron al monte, Cuba o Venezuela. Sin embargo, no hubo mayor alboroto. Pero cuando el jefe del Estado expresó unos pocos reparos y casi en forma simultánea se presentó la película de Santrich, se alzaron voces como la de Roy Barrera, Armando Benedetti, Iván Cepeda, el Partido Liberal, parte de los conservadores e intelectuales con acceso a los medios de comunicación.
La dura realidad es que hay un buen número de líderes políticos y antiguos jefes de la narcoguerrilla empeñados en impedir que el gobierno actúe. Es por ello que la gente poco a poco se ha ido impacientando porque, más que palabras, quisiera ver hechos.
El empleo no aparece y tampoco el ahorro (inversión). Estamos en una situación parecida a un gran barco que lucha contra un mar embravecido donde las olas lo golpean con furia. Los ocupantes buscan con angustia la figura del capitán. Algunos no lo ven, en cambio observan que entre ellos hay un grupo que festeja el hundimiento de la nave.
El mundo, por ahora, no se va a acabar. Sin embargo, estamos atravesando un mal momento. El orden público se encuentra en una situación más compleja y peligrosa que la de antes del Acuerdo de Paz. No se puede olvidar que las Fuerzas Armadas, así hayan cometido errores, son las que ofrecen mayor garantía para conducir la nave a tierra firme.
Todo lo que pasa en Venezuela nos afecta. El problema en realidad, no es Maduro ni Diosdado Cabello. Desde la época de la Independencia, comenzando por el brabucón de José Antonio Páez, han figurado un gran número de personajes ambiciosas, impetuosas, veleidosas y no pocas de ellas siniestras. Seres como el general Antonio José de Sucre y don Andrés Bello poco cuentan. Maduro se irá, pero quedan cientos de militares, muchos de nombre, que son los verdaderos responsables de haber llevado a ese país a la ruina y de pronto a nosotros también.